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LA REGLA DE AGUSTIN


Regla para una comunidad laical

Agustín es bien conocido como incansable buscador de la verdad, como convertido, obispo y teólogo. En cambio no lo es tanto en su calidad de monje. Y sin embargo, sólo podremos comprender plenamente su personalidad si tenemos en cuenta que su solo deseo después de la conversión consistió en ser un siervo de Dios, en una palabra, un monje. En cuanto sacerdote y hasta como obispo vivió una vida monástica. Es más, al escribir la Regla monástica más antigua de Occidente, todavía en vigor hoy día, ejerció una enorme influencia sobre el ideal cristiano de la vida religiosa. Escribió la Regla hacia el 397. Para entonces ya había tenido alguna experiencia de la vida religiosa. Su primera fundación tuvo lugar en Tagaste en el 388. Siendo ya sacerdote fundó en Hipona un monasterio para hermanos no clérigos en el 391. Al ser consagrado obispo estableció en su casa episcopal de Hipona un monasterio para clérigos por los años de 395-396. Allí es donde escribió su Regla claramente destinada a una comunidad no clerical que debió abandonar al ser nombrado obispo.

Un solo corazón y una sola alma

La Regla es un conjunto de densos principios inspiradores, un resumen de las enseñanzas de viva voz dadas por él a sus antiguos compañeros, privados ahora de su presencia. El propósito de los mandatos dados en la Regla es el crear una vida común fundamentada en el amor y la armonía entre los miembros del monasterio. El ideal de Agustín era la primera comunidad cristiana de Jerusalén, tal como la describen los Hechos de los Apóstoles 4, 32: "La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era común entre ellos".Agustín intentaba revivir este ideal como de importancia capital para su tiempo y lo vio como la mayor contribución para promover el Reino de Dios en el mundo.

La estructura de la Regla muestra a las claras la preocupación primordial de Agustín: edificar una vida común real y atractiva, cultivar unas excelentes relaciones interpersonales. Esta unidad, sin embargo, debería tener a Dios como centro, pues la unanimidad como tal no basta para hacer de un grupo una comunidad religiosa. Su carácter religioso depende precisamente de que los miembros se dirigen juntos hacia Dios. Una vida así abarca la totalidad de la concreta existencia humana: compartir unos con otros la fe, la esperanza, los afectos, los ideales, los pensamientos, las actividades, las responsabilidades, las limitaciones, los fallos y hasta los pecados. Tal ideal fundamental lo presenta en el capítulo 1: unidos, alma y corazón, tendiendo hacia Dios, y manifestado en ese compartir tanto o material como lo espiritual, todo condimentado con la humildad como condición necesaria para el amor.

Aplicaciones prácticas

Los breves capítulos siguientes, 2-8, son un sencillo y práctico desarrollo del capítulo primero, que es el fundamental: oración comunitaria, vida común y aseo corporal, mutua responsabilidad para lo bueno y lo malo, mutua ayuda, amor y posibles conflictos, amor en el superior y obediencia, amor de la belleza espiritual y auténtica libertad. Choca de inmediato el comprobar las pocas normas concretas.

En ninguna parte aparece el detalle como punto de mira; siempre se busca lo esencial de las cosas y del corazón humano.

De ahí la repetida referencia de la Regla al camino de la interioridad: lo exterior debe reflejar lo interior. Lo externo nunca debe resultar algo vacío de contenido, al contrario, debe mostrar el alma interior que lo anima.

Este ir de lo exterior a lo interior aparece no menos de siete veces en la Regla: del rezo vocal a la oración del corazón, del hambre material al hambre de la palabra de Dios, del evitar agradar mediante el atuendo externo a procurar complacer con la rectitud de vida, del ver al desear deshonesto a la mujer, de las heridas físicas a las del alma, de los vestidos visibles al vestido interior del corazón, del perdón de boca al perdón de corazón.

Un final distintivo de la Regla de Augustín es la casi total ausencia de énfasis en ascetismo: es decir, llevar una vida ascética en sentido material de abstención de comida y bebida, o de mortificación de sí mismo. El acento está, más bien, en la vida común como victoria sobre el egoísmo.

Llamada a la igualdad evangélica

Podemos considerar la Regla de Agustín como una llamada a la igualdad de todos ante el Evangelio. Expresa la cristiana exigencia de llevar a todos, hombres y mujeres, a una plena comunidad. Al mismo tiempo resuena como una protesta contra la desigualdad en una sociedad abiertamente caracterizada por el afán de poseer, el orgullo y el poder. Por tanto, según Agustín, la comunidad monástica debe ofrecer una alternativa aunando esfuergos por implantar una comunidad motivada por el amor y la amistad. En este sentido la Regla ofrece una denuncia social.