
Palabras
de Bienvenida
Inclusión y Exclusión en la Escuela
Identidad
del Colegio Agustiniano
La
Comunidad Educativa
El Clima
Educativo
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ENCUENTRO CONTINENTAL
DE EDUCADORES AGUSTINOS 2008
Bienvenida
Desde esta noble y antigua tierra peruana, desde esta tierra amazónica,
patria de las diversidades, a todos los que han tenido la gentileza de
visitarnos, vaya un caluroso y fraterno saludo agustiniano, en nombre propio
y en el del Secretario de OALA, P. Richard Villacorta, y del Vicario de
Iquitos, P. Miguel Fuertes.
Y les da la Bienvenida a Iquitos, este centenario Vicariato agustiniano, que
con siete colegios y varios centros ocupacionales comparte con ustedes las
ilusiones y esperanzas en la tarea educativa a lo largo y ancho de nuestro
continente latinoamericano.

Su presencia nos llena de alegría, despierta, alienta y anima nuestro
sentido agustiniano de fraternidad. Nos anima nuestra común vocación de
servicio, el deseo de cumplir mejor nuestra misión, intercambiar impresiones,
dudas, anhelos y frustraciones en la tarea educativa, que solos, tantas
veces nos empujarían al desaliento.
En un famoso cuento de los hermanos Grimm hay un concurso de fuerza entre un
gigante y un pequeño sastrecillo. A ver quién lanzaba más alto un objeto al
aire y cuál demoraba más en caer. El gigante lanza una piedra tan alto, tan
alto, que la piedra demora largos minutos en caer al suelo. Aplausos y
sonrisas de conmiseración hacia el pobre sastrecillo. Pero el sastrecillo
suelta de su mano un pájaro y este vuela, vuela hacia las alturas sin caer
ni regre-sar. Moraleja educativa: Todo aquello que no tiene alas termina
siempre por caer. Nosotros estamos aquí porque queremos ponerle alas a
nuestra misión educadora. Queremos ponerle un poco de mística, de
imaginación de creatividad.
Si como decía Hegel nada bueno puede hacerse sin verdadera pasión,
parafraseándole, nosotros podríamos decir: nada es bueno y factible en
educación si no le ponemos alas, si no le ponemos espíritu. Pues bien,
nosotros somos hijos del apasionado Agustín, somos hijos de la luz, hijos
del espíritu. No podemos conformarnos con ser pasto de la mediocridad.
Buscamos aunar calidad personal con eficiencia docente, los valores de la
escuela agustiniana, que aún tiene mucho que decir, con los avances de la
ciencia. La suma la competencia y el trabajo vocacionado en un clima de
fraternidad y participación.
Bajo esta perspectiva estamos llamados a ser sembradores de ideas y
sentimiento nobles, excitadores de energías latentes, encendedores de luces,
despertadores de entusiasmo por todo lo bello, lo noble, lo grande, lo bueno.
Forjadores de caracteres fuertes como el acero y como el acero flexibles;
jamás sepultureros de aspiraciones, luces, ilusiones y sueños.
Nos reunimos, es decir, nos volvemos a unir los que nunca hemos estado
separados. Quizá si independientes por distintas realidades. Unidos se suman
esfuerzos, se transmiten inquietudes, se superan posibles frustraciones. Se
puede decir en voz alta lo que uno desvela en el trabajo de cada día.
Nuestros colegios son buenos, gozan de buena imagen, algunos son excelentes.
La ponencia del P. Javier, especialista en el tema, tratará de descifrarnos
las claves de lo que hoy entendemos por calidad educativa. Pero tenemos que
seguir trabajando nuestra identidad agustiniana. Las ponencias de los PP.
Agustín y Alejandro tratarán de ponernos en sintonía con esta identidad
agustiniana. Y por supuesto seguiremos reflexionando sobre algunos temas con
que la actualidad nos confronta porque aún nos falta para ser modelos de
inclusión, interculturalidad y cultura de paz.
Estamos aquí representados de buena parte de los países de América Latina
donde tenemos colegios los agustinos y es una ocasión propicia para
reflexionar juntos.
Cada época tiene sus retos y sus desafíos. La época que nos ha tocado vivir
no es nada fácil, lo sabemos. Está marcada por múltiples problemas, tantos,
que a veces daría la impresión que quieren acabar con la esperanza. Vivimos
en un mundo marcado por grandes contra-dicciones, por la pobreza y la
riqueza cada vez más extremas, por bloques antagónicos, por guerras sin
sentido, por la corrupción rampante, por la marginación y la exclusión, por
fanatismos y fundamentalismos, por la amenaza latente de un desarrollo sin
control ni escrúpulos, que aniquila los ecosistemas y contamina el planeta.
¿Qué tengo yo que hacer, maestro, maestra, en esta situación que me ha
tocado vivir? ¿Qué tengo que hacer, desde la escuela, para ser fiel a mis
principios, para aportar lo que se espera de mí, para ser un elemento de
solución al problema y no un ladrillo más en el muro con una política del
dejar hacer, dejar pasar, o simplemente quejarnos? En primer lugar saber que
debemos hacer algo, que se puede hacer algo. Mucho más como educadores
cristianos llamados a sembrar y construir, a santificarnos en esta tarea
educativa.
En principio, debemos aspirar a formar una comunidad cristiana viva. Esa es
la columna vertebral de un colegio católico agustiniano. Esa es la razón
primera del ser y el quehacer de nuestros colegios. Educar es un tema de
vida, hablamos de la vida, de las personas con las que interactuamos.
Hablamos del uso relevante y pertinente de las experiencias de vida para
ayudar a los alumnos a crecer, a tomar postura, a entender el mundo, a
valorar las cosas buenas, a pensar, a tomar distancia de lo que les amenaza.
La democracia, la interculturalidad, la paz, el amor, la honestidad, la
honradez, son valores que se construyen en la interacción humana
independientemente de la asignatura que sea. Porque, en definiti-va, el
vínculo educativo en última instancia, es un vínculo humano, afectivo,
relacional. ¿Quién será un verdadero maestro? Aquel que logra establecer
relaciones de intimidad entre su propia alma y la de sus alumnos, aquel que
se impone la tarea de ganar hacia la verdad, el bien, la bondad y la belleza,
la vida inexperta de los alumnos, decía ya Pablo VI.
Es preciso hoy promover la reflexión intercultural en contextos urbanos.
Hasta ahora lo único logrado es la transformación de las culturas
originarias al modelo occidental con cierta recuperación de lo propio. Hoy
es necesario generar una inclusión creativa, un camino de retorno que nos
permita el intercambio de saberes en condiciones de igualdad, la formación
de actitudes de respeto, admiración y reconocimiento mutuos y la
construcción de nuestras naciones latinoamericanas desde el encuentro y no
desde la dominación.
La pelota está en la cancha. Hay que hacer de la ciudad y de la escuela un
espacio de diálogo intercultural y de equidad social y no el espacio de
exclusión y marginalidad que frecuentemente experimentamos. Hablamos de ello
como un proceso intencional que busca legitimar las diferencias,
aproximarlas y generar un diálogo creativo y generador de cultura; esto
requiere que se le reconozca o comprenda teniendo en cuenta la ampliación de
saberes, la generación de actitudes favorables y la reestructuración de
instituciones que le den marco a los diferentes niveles de acción.
El objetivo de estos Encuentros de educadores, laicos y religiosos, de
nuestros colegios, básicamente es conocernos, analizar integralmente nuestra
problemática, compartir experiencias y buscar juntos alternativas de
solución. Porque frecuentemente la tendencia más común es tratar de
solucionar nuestros problemas al margen de los demás. A veces inclusive, sin
involucrar en la reflexión a la propia circunscripción. Late la idea de que
es “problema nuestro” el enfrentar los cambios que marcan las circunstancias
o la historia. Cuántas veces, los responsables de colegios nos vemos
luchando a brazo partido, como pequeñas barquillas, haciendo frente a los
golpes de las olas, que de diferentes lados amenazan su estabilidad o su
rumbo.
La misión educativa sigue siendo, creemos, relevante en el carisma de los
agustinos. El tema, no obstante, no es hacer colegios o mantener colegios,
sino que estos sean verdaderos focos de evangelización. Esa tarea es
habitual, preocupación constante. Sin embargo, en el momento actual, de cara
al estrenado siglo, interesa ir más a lo profundo y analizar entre todos el
futuro de nuestros colegios. Porque es una constante que, salvo excepciones,
cada vez hay menos religiosos en esta tarea. Que nos faltan líderes
todoterreno en este campo para reponer a los que han dado ya toda su vida.
Que los jóvenes siguen mirándolos con cierta reticencia o prefieren sin
ambages el trabajo en otros ámbitos apostólicos. Que los laicos ( felizmente
) han pasado a ser parte, ya no importante, sino substancial en la gestión y
en la conducción de los mismos. Y debemos preguntarnos y reflexionar: ¿qué
hacer? ¿Buscamos soluciones de contingencia, dejamos que evolucione la cosa
por sí misma, a ver qué pasa, o buscamos juntos posibles soluciones?
Por otra parte no podemos negar la realidad. Nuestros colegios, en general,
se sitúan en ámbitos sociales medios altos. Sin embargo estamos insertos en
países donde la pobreza campa a sus anchas, y esto duele en lo más hondo. Si
aún se justifica nuestra acción pastoral en dichos foros ¿cómo estamos
enfrentando la formación crítica de la persona desde la perspectiva de la fe
cristiana? ¿Cómo estamos dando cabida a la solidaridad con las clases menos
favorecidas? Los agustinos trabajamos o estamos involucrados en 48 Colegios
en América Latina, con más de 33 mil alumnos y una influencia plausible
sobre más de 27 mil familias. Aunque se sitúan en diversos países y
circunstancias, creo que existen problemas comunes.
Urge, pues, en este contexto, desarrollar una educación integral desde los
valores evangélicos para promover la justicia, la solidaridad y el sentido
crítico en profesores y alumnos, para dar respuesta a los desafíos reales de
un mundo definitivamente asimétrico. Habrá que fortalecer la acción pastoral
en el colegio hasta llevar a los alumnos a una opción coherente de vida;
habrá que incentivar el trabajo vocacionado de nuestros educado-res; habrá
que fomentar la identidad agustiniana que tiene aún mucho que decir a la
sociedad de hoy; habrá que integrar e intensificar más la participación de
la familia en la escuela; habrá, tal vez, que propiciar espacios juveniles
de revalorización de la cultura de nuestros respectivos pueblos para
afianzar sus valores.
Este año les hemos convocado a Iquitos. Iquitos, con su calor y calidez
humana les da la más cordial bienvenida. La selva hoy día está en el
candelero mundial porque nuestro planeta azul está enfermo por el
calentamiento global de la tierra con todo lo que ello significa. Una de las
ponencias buscará acercarnos también a esta realidad amazónica por el
biólogo José Alvarez.
Quizá les hayan dicho que la selva es un infierno verde; quizás les hayan
dicho que hay que venir preparado con una docena de vacunas. Quizá tengan la
idea de que es un espacio deshabitado, vacío de cultura. Quizá les hayan
dicho que es una inmensa, inagotable des-pensa, una tierra fertilísima de
bosques invulnerables. Nada más falso.
La selva que compartimos con Brasil, Bolivia, Colombia y Venezuela, es una
perfecta simbiosis de aguas y bosques en matrimonio perfecto de amores
exuberantes. Quiero decirles que la vida es la más grande expresión de la
selva, que estamos rodeados del mayor banco genético del planeta, que
estamos en el lugar ( y no sé, ay, por cuanto tiempo), donde la
biodiversidad se escribe con mayúsculas. Que el verdadero El Dorado es el
bosque y sobre todo su gente. Que entre todo lo que uno ve y aprende aquí,
en esta selva, en estos ríos, que se deslizan rápidos desde las cumbres de
los Andes hacia la llanura interminable del Amazonas, lo más importante es
el hombre, humilde por su apego a la tierra, grande por su drama y su
destino, por su resistencia y por su esperanza, siempre a flote de todos los
desastres. Humilde y grande por encima de su dolor, de la muerte, de su
pobreza irremedia-ble, de su fatalismo.
Son casi 50 grupos étnicos distintos, 12 troncos linguísticos, medio
centenar de culturas, de expresiones, de vida en armonía con el medio. Aún
después de tanta esclavitud y despojo, 200 mil nativos luchan y resisten por
un espacio para sus culturas ancestrales. ¿Qué nos ha pasado?
Todas las sociedades organizan su inserción en la totalidad del medio
ambiente de mil formas, pero la nuestra la organizó de forma trágica. El
discurso que hemos desarrollado en los últimos doscientos años, es el
discurso de la violencia sobre la realidad, el dominio brutal, el pillaje,
la agresión sobre la naturaleza.
Las enfermedades traídas por los blancos diezmaron a la población nativa
inerme ante virus y bacterias desconocidos. La voracidad capitalista en la
época del caucho trasladó pueblos y acabó con tribus enteras. Desde el año
43 al 47 se exterminaron no menos de millón y medio de caimanes para
exportar las pieles hasta casi hacerlos desaparecer. Y así pudiéramos seguir
diciendo lo mismo del palo rosa, el barbasco, y hoy, la madera o el petróleo
etc. La selva puede satisfacer el hambre humana, porque es generosa, pero no
puede satisfacer la voracidad humana, porque esta es inagotable por el
egoísmo.
Sin embargo, si hubiera que entonar un canto en esta selva de los espejos,
sería el canto de la vida, el canto del amor a la vida. Tal vez en este
Encuentro Continental de Educadores podamos aprender un poco más el amor a
la vida. Aprender, por ejemplo, que nos quedan muchas lecciones por aprender
de los pueblos amazónicos, de shipibos y cunibos, cocamas y aguarunas,
urarinas y jíbaros, kichuas y chayahuitas, ticunas y witotos, yaguas y
secoyas, de iquitos y mayorunas y así hasta casi de medio centenar. Pueblos
que han sabido armonizar medio ambiente y desarrollo social, que han
descubierto en la naturaleza el mundo espiritual que les sirve de soporte
vitalizador de sus culturas.
Frente a ellos somos analfabetos, mejor dicho, víctimas de nuestro único
alfabeto; no entendemos el discurso de las plantas, de los animales, de los
espíritus del monte y del agua; ellos lo entienden y lo incluyen dentro de
su mundo con profundo respeto, por eso el nivel de agresión y conflicto está
mucho más diluido en sus sociedades. Son culturas de integración y la
inclusión, poseen una profunda relación mística y espiritual con la
naturaleza, expresada en vivencias más que en lógica o conocimiento.
Aprender por ejemplo, que es imprescindible un mínimo de justicia ecológica
si queremos que exista justicia social, que la verdadera democracia es una
democracia cósmica, relacional, donde animales y plantas, el sol, la luna y
las estrellas, son ciudadanos que conviven con nosotros. Que contrariamente
a lo que pensaba Darwin, en la naturaleza no triunfa el más fuerte, sino el
más relacionado.
Aprender que las cosas tienen valor en sí mismas con independencia del ser
humano; que nuestra actitud deber ser el respeto a la diferencia y la
complementariedad, porque estamos ligados a la realidad hacia dentro y hacia
fuera. Y que, mientras más pronto hagamos una cultura de la inclusión, la
complementariedad y la reciprocidad, más pronto reduciremos las tasas de la
inequidad social y los conflictos de la exclusión.
La selva es hermosa, parece fuerte, pero es muy frágil y vulnerable. Hoy
hemos desarrolla-do una maquinaria de muerte que puede destruir todo este
ecosistema que han tardado millones de años en hacerse. Todo está
relacionado en la naturaleza, vinculado con todas las cosas. Lo más
frustrante y desestructurador del ser humano es la exclusión. Y sin embargo
hemos diezmado a aquellos que nos dieron la lección de la no exclusión.
Aprender también que no vivimos un mundo que nos amenaza, sino en un mundo
que es cómplice de nuestra vida si sabemos respetarlo y leer su mensaje.
Debemos elaborar una cosmovisión, un tejido de la totalidad donde encajen
todas las cosas. Por tanto, no a la afir-mación de unos contra otros, sino a
la afirmación de unos junto a los otros. Que, quien maltrata y depreda la
naturaleza es porque tiene estructuras sociales y mecanismos con los cuales
arremete también a las clases sociales, a las razas diferentes, a las
minorías, basado en su pobre y monolítico etnocentrismo cultural. La
ecología es la cultura de todas las relaciones.
El tipo de organización que hemos hecho es agresivo y causante de la quiebra
de los ecosistemas: La integración del ser humano con la Naturaleza supone
una armonización con ella capaz de compasión, porque la tierra no está fuera
de nosotros, sino dentro de cada uno, como la Gran Madre. Al agredir la
naturaleza estamos agrediendo el arquetipo de nosotros mismos. Por eso todo
opresor se reprime a sí mismo.
Amigos educadores agustinianos, estimados maestros y maestras todos: es
difícil optar por un mundo de interrelaciones sanas, un mundo sin excluidos,
un mundo de plenitud, donde se potencie sin fragmentaciones todo el hombre y
todos los hombres, si Cristo no está en el eje como fundamento y término de
nuestra acción educativa. Cristo alfa y omega, por ser el revelador del
misterio del hombre de su vida y su proyecto.
Santo Domingo nos recuerda que la educación cristiana se fundamenta en una
verdadera antropología cristiana; esto significa la apertura del hombre a
Dios como Padre, apertura hacia los demás como hermanos y apertura hacia el
mundo para potenciar sus virtualidades. Que hablar de educación cristiana es
hablar de un maestro que orienta a los alumnos hacia un proyecto en el que
viva presente Jesucristo.
Como docentes agustinianos estamos llamados a ser y vivir una síntesis
cristiana: a ser paradoja en un mundo disolvente. Ojalá nos dejemos guiar
por el impulso del Espíritu que infunde su fuego en la inmensidad de
nuestros bosques, que fluye en los ríos serpenteantes, en el sol que cae
cada tarde enloqueciendo el paisaje con reflejos y colores de ayuahuasca.
Como habitantes de este planeta azul y desde esta fascinante amazonía, donde
pugna por manifestarse el Cristo total, queremos reafirmar hoy, aquí y ahora,
como maestros y maestras agustinianos, nuestra fe en la vida y hacer desde
nuestra escuela un mundo para todos, un mundo sin rasgos de exclusión, un
mundo donde triunfe el ideal agustiniano, un mundo donde sea aun posible la
vida y la esperanza. V. L.
Para hablar de estos y otros desafíos hemos llegado a este Encuentro
Continental. Nueva-mente bienvenidos. (Hno. Victor Lozano, Coordinador del
Area educativa de OALA)
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