Palabras
de Bienvenida
Inclusión y Exclusión en la Escuela
Identidad
del Colegio Agustiniano
La
Comunidad Educativa
El Clima
Educativo
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de Powerpoint
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LA COMUNIDAD EDUCATIVA: EL ALUMNO, EL PROFESOR, LOS
PADRES, EL PERSONAL NO DOCENTE, OTRAS PERSONAS CIRCUNSTANCIALES
(P. Alejandro Moral, OSA)
Es necesario decir el significado que queremos dar al
concepto o termino comunidad, determinado casi siempre por los adjetivos que
la acompañan. Efectivamente, no significa lo mismo decir “comunidad de
vecinos” que “comunidad religiosa”, o “comunidad internacional”... Tampoco
se puede confundir con términos como “grupo”, “sociedad”, “conjunto”...
Aquí, donde estamos en un ambiente agustiniano que enmarca y caracteriza
nuestro quehacer en la escuela, queremos referirnos a la COMUNIDAD EDUCATIVA.
Esto quiere decir al “proyecto educativo” que engloba al alumno, profesor,
padres y personal no docente, en unas mismas tareas y con unos mismos
objetivos, donde no se trata sólo de estar juntos sino de trabajar en “comunión”.
Es verdad que el concepto de “comunidad “educativa” es un importante y
decisivo tema de actualidad. En tiempos de Agustín no hubo propiamente un
proyecto educativo “comunitario”, tal que implicara los elementos señalados
anteriormente de alumno, profesor, padres y personal docente, pero él vivió
este sentido comunitario con sus discípulos, estimulando el protagonismo
activo y responsabilidad de los mismos en su propia educación. El doctor
dirá: “en la escuela del Señor todos somos condiscípulos” (S. 242,1).
S. Agustín insiste en el hecho de que todos necesitamos de los demás para
ser verdaderamente nosotros mismos. Dice: “Si tu siervo necesita de ti para
que le des el pan, tú necesitas de él para que te ayude en las labores;
ambos os necesitáis mutuamente. Nadie de vosotros es verdadero señor y nadie
verdadero siervo” (En. Ps. 69,7). “El cuerpo de Cristo está constituido así
(recordad lo que dice el apóstol en su carta a los Corintios); de este modo
se unen y juntan los miembros comunes mediante la caridad y con el vínculo
de la paz, cuando cada uno ofrece lo que tiene al que carece de ello. Es
rico por lo que tiene; es pobre por lo que carece” (En. Ps. 125,13.
Al hablar de comunidad educativa nos referimos a cuantas personas
desarrollan una función en la tarea educativa de un determinado individuo o
persona, en el centro donde el sujeto se encuentra. De este modo, los
agentes externos tan importantes quedarían excluidos no de su influencia en
la persona que se encuentra en este proceso sino del grupo que funciona a un
nivel de responsabilidad directa sobre el educando.
Son muchos los factores que inciden en el desarrollo educativo progresivo de
un educando, pero también en la deformación del mismo. La educación colegial
necesita, contrarrestar esa posible siembra negativa, creando un clima y
ambientes saludables y calurosos. Esto se logrará en la comunión y
corresponsabilidad de toda la comunidad educativa. Y muchos habrán de ser
los interesados y comprometidos en propiciarle una auténtica educación, en
sintonía de objetivos, criterios y acciones.
Escribe nuestro Padre: “Tanto puede el sentimiento de un espíritu solidario,
que cuando aquéllos se dejan impresionar por nosotros que hablamos y
nosotros por los que están aprendiendo, habitamos los unos con los otros; es
como si los que nos escuchan hablaran por nosotros, y nosotros en cierto
modo, aprendiéramos de ellos lo que les estamos enseñando… Y esto tanto más
cuanto más amigos son, porque a través de los lazos del amor, cuanto más
vivimos en ellos, tanto más nuevas resultan para nosotros las cosas viejas”
(Cat. Rud. XII, 17).
Por eso, hoy, la educación no puede ser sólo de responsabilidad y compromiso
individuales sino responsabilidad y compromiso solidarios, corresponsables,
y concordes de todos los agentes implicados en esta tarea, desde el alumno,
familia, profesores, personal no docente del centro, hasta incluso el
ministerio de educación.
Pero no basta la corresponsabilidad, la disponibilidad, el diálogo entre los
diversos agentes, sino la comunión desde los lazos de la interioridad que
conducen al amor en la tarea educativa. Por eso podemos decir que los mismos
principios que Agustín sienta para la comunidad religiosa y la comunidad
cristiana, en general, son aplicables hoy a una “comunidad educativa”. La
utopía comunitaria, al igual que las otras tareas de nuestra vida, debe
estar, sobre todo, animada por el amor que nos lleva a la comunión entre
todos los miembros de un mismo cuerpo. Dirá San Agustín que: “nuestra labor
sólo es auténtica cuando está impulsada y motivada por el amor, y al amor
regresa como a su cálido hogar” (Cat. Rud. XI, 16).
En la comunidad educativa, “todos nos necesitamos los unos a los otros.
Nadie de nosotros es verdadero señor, y nadie es verdadero siervo” (En. Ps.
69,7). Y en la mutua solidaridad y comunión “cada cual posee íntegramente lo
que todos poseen en concordia” (S. 88,18).
La unidad y armonía de una comunidad educativa implica necesariamente un
respeto sagrado a las diversidades, a cada cultura y a cada individuo, en
sus modos de pensar y actuar. Ha de ser, por ello, una comunidad dialogante,
en la misma actitud que expresa Agustín, es decir en la búsqueda de la
verdad en comunión. Escribe: “Quien escucha lo que digo, o lee lo que
escribo ‘allí donde esté seguro, camine conmigo; donde dude, busque conmigo;
donde descubra que está en un error, vuelva a mí; y cuando descubra que soy
yo el equivocado, corríjame” (Trin. I, 3,5)
S. Agustín llega a la conclusión que nadie es poseedor único y exclusivo de
la verdad, nadie es patrón absoluto ni tiene este monopolio: “Porque tu
Verdad, Señor, no es mía, ni del otro, ni del de más allá, sino que es de
todos nosotros a quienes llamas públicamente a participar de ella,
amonestándonos a no pretender su posesión en exclusiva para no vernos
excluidos de ella. Quien reivindica como cosa propia lo que es de todos,
será rechazado desde el bien común al propio, es decir de la verdad a la
mentira” (Conf. XII, 25,34).
Es Esta una de las lecciones que más nos resistimos a aprender en la
relación humana: ver, juzgar y valorar positivamente las diversas culturas,
maneras de pensar, credos, etc. Y por eso es uno de los factores más
frecuentes de conflicto. Sigue diciendo Agustín: “Ningún hombre ha podido
expresarse de manera que todos lo entiendan en todo” (Trin. I, 3,5). Lo que
alguien mucho después expresaba de esta manera: “No ha existido sentencia de
un sabio que no la haya contradicho otro sabio”.
in embargo, es siempre posible la armonía y comunión en los mismos objetivos
e intereses, con la aportación de cada uno de los agentes educadores. ¿Cómo
lograr y hacer entender a los profesores que deben ser exigentes pero no
orgullosos sino humildes hasta valorar a cada educando como a sí mismo? ¿cómo
inculcar en los padres su responsabilidad prioritaria en la tarea educativa
con las dificultades que los horarios y obligaciones encuentran en su
trabajo donde cada día se pide mayor competitividad? ¿cómo hacer sentir
parte activa e importante para el logro de los grandes objetivos del Centro
a cuantos realizan tareas paraescolares de tal modo que lleguen a crear el
mejor ambiente y clima para las tareas educativas?. Todos son comunidad
educativa en el sentido amplio, también los porteros, jardineros, encargados
del mantenimiento de las instalaciones, bibliotecarios, jubilados, etc.
II. ¿CUALES SON LAS CARACTERISTICAS FUNDAMENTALES DE UNA COMUNIDAD EDUCATIVA
AGUSTINIANA?
Enumero solo algunas, sin explicarlas directamente porque ya se ha hecho en
otras conferencias y se hara después: Fe en la transcendencia, búsqueda de
la verdad, capacidad para la interioridad, se siente en libertad, capacidad
de amar, capacidad para la amistad y la comunión, se siente corresponsable y
esta capacitada para el dialogo.
III. LA MISIÓN DEL EDUCADOR: ALCANCE Y LÍMITES
Aquí queremos comenzar con el EDUCADOR por razones evidentes, somos los
educadores quienes asistimos a este congreso y, lógicamente, nos situamos en
la parrilla de salida en primer lugar.
La primera cosa que quiero deciros es que nunca perdáis el sentido de
vuestra importante misión, de vuestra profunda responsabilidad. Si sois
capaces de mantener clara esta idea, habréis andado una gran parte del
camino Al mismo tiempo, quiero insistiros que nunca dejéis que el desánimo o
la frustración se sobrepongan. Es muy fácil caer en esta tentación. Son
muchos los condicionantes que encontramos cada día en la tarea educativa,
minando el entusiasmo, incluso, de los más fuertes y optimistas.
Comenzando desde los mismos condicionamientos de los sistemas educativos que
aumentan cada día porque, en ocasiones pierden el objetivo, la finalidad, la
razón de ser de la educación y en vez de buscar “el progreso educativo y el
crecimiento integral de la persona no buscan más que el éxito educativo de
los alumnos”. Lo peor es que, en ocasiones, son los mismos gobiernos y
ministerios quienes actúan de esta manera. Esto suele provocar desánimo. Lo
mismo que causan la pérdida de entusiasmo la falta frecuente de colaboración
y comprensión por parte de los padres, o la falta de corresponsabilidad
entre los profesores, o la situación económica en muchos de nuestros países
que lleva al pluriempleo y, en consec<uencia, a la pérdida de consagración
exclusiva a esta tarea escolar. También podíamos hablar de la masificación
de algunos colegios que impiden el seguimiento personalizado y hasta el
conocimiento mínimo de los niños. También las leyes protectoras de los
menores, que otorgan inmunidad práctica a niños, adolescentes y jóvenes,
convirtiendo en peligrosos las exigencias, apremios y controles y
propiciando acusaciones infundadas, en las que siempre lleva las de ganar el
educando.
Uno de los elementos más arriesgados en nuestros días por las consecuencias
negativas graves que pueden causar en los educadores es el estrés debido a
las presiones a las que en muchas ocasiones nos sentimos sometidos. Son
diversos los estudiosos que hablando sobre nuestra realidad insisten en las
posibilidades del estrés. Escribo un texto del psiquiatra brasileño Augusto
Jorge Cury, quien subraya esta realidad en el siguiente texto: “Los
conflictos en las aulas de clase están llevando a los profesores a
enfermarse colectivamente en todo el mundo. En España, el 80% de ellos están
profundamente estresados. En Brasil, de acuerdo con una investigación
realizada por la Academia de Inteligencia, un instituto que dirijo, el 92%
de los educadores están con estrés o más síntomas de estrés y el 41 % con
diez o más, de los que se destacan: jaquecas, dolores musculares, exceso de
sueño, irritabilidad” (A. J. Cury, El Maestro del Amor, ed.Paulinas, Bogotá,
2003, pp. 33-34).
Es difícil mantenerse fiel a la vocación recibida en circunstancias tan
adversas, o mantener la ilusión de una utopía tan castigada por las
circunstancias que la rodean.
San Agustín nos diseña un modelo de educador que hoy nos suena un poco a
utopía. Define el ideal al que hemos de tender si queremos responder a uno
de los desafíos más apremiantes de nuestro tiempo que es la EDUCACIÓN.
IV. CUALIDADES Y ACTITUDES DEL EDUCADOR-MODELO
Hablar de “modelo” significa siempre dos cosas: por un lado la clara
imposibilidad de conseguir alcanzar el prototipo presentado como ideal. Por
otro, la posibilidad de una clara referencia a la que medirse y a la que
tender en todo momento, sobre todo en aquellos momentos de crisis en los que
parece perderse el sentido de todo.
IV.1. AMA SU VOCACIÓN Y ES FIEL A SU MISIÓN
Dice San Agustín: “Unámonos a nuestros oyentes con amor fraterno, paterno o
materno, y fundidos a sus corazones, esas cosas nos parecerán nuevas también
a nosotros... Habitamos entonces los unos en los otros” (Cat. Rud. XII, 17).
Los alumnos detectan inmediatamente quién es profesor por vocación y quién
lo es por las circunstancias que le rodean. Son como psicólogos y policías
secretos al mismo tiempo cuando se trata del conocimiento del educador que
les acompaña. Saben quién les quiere y quién simplemente les tolera. Hay una
sintonía en el encuentro entre un educando y un educador o, o, por el
contrario, un desencuentro en las almas... o una indiferencia.
El impacto educativo más importante procede de este amor o de esta
indiferencia. Esta actitud por parte del educador va unida indisolublemente
al tema cardinal de la vocación, que es tan decisiva en el proyecto
educativo. No es lo mismo trabajar por amor que hacerlo por necesidades
materiales o económicas.
Es capaz no sólo de comprender a los más rezagados sino de amarles en sus
mismas carencias y les ayuda a superarlas con paciencia y comprensión
ilimitadas. A ellos se dirige San Agustín:
“Ama y haz lo que quieras” (Ep. Io. Tr. VII, 8). “Ama y di lo que quieras”
(Exp. Gal. 57). Porque tu amor y entusiasmo educan por sí mismos: “Pues una
obra es verdaderamente buena cuando la intención del que la realiza se ve
motivada y estimulada por el amor, y de nuevo se refugia en el amor, como
volviendo a su lugar” (Cat. Rud. XI, 16). “Cuanto más amamos a las personas
a las que hablamos, tanto más deseamos que les agrade lo que les exponemos
para su salvación; y si esto no sucede así, nos disgustamos y durante
nuestra exposición perdemos el gusto y nos desanimamos, como si nuestro
trabajo resultara inútil” (Cat. Rud. X, 14).
IV.2. CONFÍA CIEGAMENTE EN CADA EDUCANDO Y EN SUS POSIBILIDADES.
“No hay que desesperar de nadie hasta perder toda fe en él mientras viva”
(En. Ps. 36, 2,11). Esta frase de San Agustín.
Muchos pedagogos afirman que la labor del educador consiste en sacar fuera
las cualidades, virtudes, es decir, todos los elementos que forman la
persona y que el educando lleva dentro sí, inscritos en su interior desde el
momento en que comienza a crecer como ser en el seno de la madre. El
educador, según las etapas y edades del
individuo le irá ayudando a desarrollar en plenitud esas fuerzas interiores.
El buen educador será aquel que sabe recibir como un don precioso, como un
diamante quizás en bruto, a cada individuo que se acerca a la casa común que
es la escuela. No es poco recibir con gozo y alegría a quien llega a la
escuela. No es poco comenzar a querer a esa persona desde el primer día y a
sentirme implicado en la vida que pone, de alguna manera, en mis manos.
Cuando amamos a alguien aprendemos a confiar más en él y cuando lo hacemos
entendiendo que es tarea educativa, nos hacemos corresponsables del
crecimiento de esta persona y confiamos plenamente en el individuo y en sus
posibilidades.
Por eso el buen educador sabe, sintonizando con Agustín, que incluso “cuando
un ser se corrompe, hay en él un bien que se corrompe; y mientras no deja de
corromperse, no está despojado de todo bien” (Ench. XII, 4). Y San Agustín
concluye: “No hay que desesperar de nadie hasta perder toda fe en él
mientras viva. De ningún viviente hay que desesperar” (En. Ps. 36,2,11).
San Agustín con este principio está apuntando a la orientación de la
educación en sí misma: la cual debe ser una educación fuertemente
estimuladora más bien que correctiva.
El mal educador, ante un alumno problemático enseguida tiende a sentenciar:
¡Eres un desastre y lo serás siempre! El buen educar busca la advertencia
cordial y la palabra estimulante. Hay que estar muy atentos a estas
situaciones porque el proceso educativo de un alumno se bloquea, en efecto,
cuando por cada palabra de estímulo y aliento que se le dirige, recibe
muchas más correcciones.
El buen educador, en síntesis, corrige deficiencias e infracciones, pero
sobre todo, aplaude logros, incentiva aspiraciones, contagia fe, abre
horizontes de esperanza.
Desde su reflexión y búsqueda, Agustín descubrió, en primer lugar, que el
ser humano llega a este mundo, no como un vacío existencial que habrá de
irse “llenando” con el tiempo, sino como una plenitud potencial, llamada a
dinamizarse. El hombre es creado inicialmente, según sus expresiones, “en
semilla, en estado latente”, como “semilla de los seres futuros”, como
“potencialidades sembradas por el Creador en el principio” (Gn. Litt. c.
VI). “En la primera creación, el proyecto humano de Dios quedó en cierto
modo terminado y en otro modo iniciado. Terminado porque su naturaleza quedó
potencialmente realizada; iniciada porque fue a modo de siembra de lo que
habrían de ser los seres humanos en el decurso de los tiempos, saliendo del
estado latente al manifiesto” (Gn. Litt. VI, 11, 19). “Tratemos de
comprender las cosas humanas, pues nosotros que hablamos somos hombres,
hablamos a hombres, a ellos dirigimos el sonido de nuestras palabras y, por
medio de ellas nos introducimos en el corazón de quien nos oye” (S. 120,3).
IV.3. ENSEÑAR, SIENDO CONSCIENTES QUE EL ALUMNO SÓLO APRENDE ESCUCHANDO AL
MAESTRO INTERIOR QUE LLEVA DENTRO.
“Lo que enseñan los maestros desde fuera no son sino ayudas y amonestaciones:
El Maestro está dentro” (Ep. Io. Tr. 3,3,13).
San Agustín desarrolla en su obra El Maestro diversos temas sobre el modo de
obrar los educadores. Es consciente de que no todos somos iguales. Los hay
que buscan el bien absoluto de sus discípulos y se esfuerzan sobre manera
por transmitirles y educarles en la verdad. Pero también hay educadores que
buscan más ser alabados y expresar lo que saben que ayudar a los educandos.
Incluso los hay que se molestan si el alumno responde convenientemente.
Amonesta seriamente para ayudar a entender que en la enseñanza y en la
educación lo más importante no es lo que el educador ha enseñado sino lo que
el alumno ha logrado comprender.
Dice San Agustín: “¿Acaso pretenden los maestros que se conozcan y retengan
sus pensamientos y no las materias que pretenden enseñar? Porque, ¿quién hay
tan neciamente curioso que envíe a su hijo a la escuela para que aprenda qué
piensa el maestro? Una vez que los maestros han explicado las disciplinas,
las leyes de la virtud y la sabiduría, entonces los discípulos juzgan por sí
mismos si han dicho cosas verdaderas, examinando, según sus fuerzas, aquella
verdad interior. Entonces es cuando aprenden” (Mag. 14,45).
En palabras de San Agustín podemos concluir que “las verdades que el
educando escucha del maestro no te pertenecen mientras no las hagas tuyas,
por tu propia comprensión e interiorización.
“Las palabras no hacen otra cosa que incitar al alumno a que aprenda” (Ibíd..
14,46) “El maestro está dentro: lo que enseñan los maestros desde fuera no
son sino ayudas y amonestaciones” (Ep. Io. Tr. 3,13).
II.4. PROPONE PRINCIPIOS E INCENTIVA Y ACOGE EL DIÁLOGO.
Dice San Agustín: “Buscar es preguntar” (En. Ps. 144,13). “Ninguno de
nosotros afirme haber hallado la verdad; busquémosla como si unos y otros la
desconociéramos” (C. Ep. Man. 3).
Es misión del educador encender luces e iluminar. Su objetivo es lograr que
el alumno encuentre con ellas las respuestas a los interrogantes que le
plantea su propio caminar. El educador debe ayudar, con sus luces, a que el
educando pueda dar respuesta a sus interrogantes, sean los que sean. De ahí
la necesidad de funcionar con preguntas en la búsqueda de la verdad. Afirma
Agustín: “El mejor método de investigación es el de las preguntas y
respuestas” (Sol. II, 7,14). La verdad, en consecuencia, no se “dicta”: se
descubre en el encuentro de las luces del educador y del educando.
San Agustín no sintonizó con la enseñanza, o la educación-dictado. Se alineó,
más bien, en la línea del método socrático de la interrogación y el diálogo,
invitando al discípulo a sumarse a su propia búsqueda y preguntarse. Lo
había vivido él personalmente desde su juventud: “Hice de mí mismo la gran
cuestión, e interrogaba a mi alma” (Conf. IV, 4,9). “Y no me pesará buscar
cuando dudo, ni me avergonzaré de aprender cuando me equivoco” (Trin. I,
2,4).
La misión del educador, pues, es la de promover y acompañar, en el educando,
la búsqueda y cultivo de las propias semillas, en su irrepetible
singularidad. El educador deberá buscar estimular en cada uno de los
educandos la propia búsqueda.
IV.5. EXIGE PERO ESTIMULA LA LIBRE AUTODETERMINACIÓN DE CADA EDUCANDO
Estimular y llegar a la libre autodeterminación por parte del educando es el
objetivo más importante en el equilibrio relacional entre educando y
educador. Este es el momento culmen y de madurez hacia el que tiende todo
proceso educativo.
Y, en la medida en que el objetivo se va alcanzando, el educador ha de saber
colocarse en segunda fila, asumiendo el papel de acompañante y permitiendo
que el educando se abra camino por sí mismo.
“Hay dos caminos que llevan al conocimiento: la autoridad y la razón. La
primera precede en el tiempo; pero es preferible la razón... (Quien la sigue)
verá al fin cuán razonables son las cosas que abrazó sin comprender aún, y
qué es la razón, a la que sigue con seguridad después de dejar la cuna de la
autoridad” (Ord. II,26).
Quizás el éxito del educador llega, en cierto modo, cuando ha logrado que
cada uno de sus alumnos asuma el protagonismo de su propia educación,
limitándose a un acompañamiento servidor. El educando ha de ir superando la
autoridad, porque “no es bueno lo que se hace por la fuerza, aunque sea
bueno lo que hace” (Conf. I, 12,19).
Con frecuencia, los alumnos no “viven” su propio proceso educativo:
simplemente “lo aguantan”. Porque no logran superar la sensación de que se
les está imponiendo desde fuera algo que está al margen de sus intereses
reales y sentidos.
Aquí es necesario saber crear y aplicar los medios adecuados para lograr
este importante objetivo. De ahí que no puedan faltar en la educación los
apremios y controles, sobre todo en las primeras etapas formativas.
“No todo el que transige es amigo, ni todo el que castiga enemigo... Mejor
es amar con serenidad que engañar con suavidad” (Ep. 93,2,4). “Hay una
misericordia que castiga, como hay una dureza que transige. ¿Quién no
llamaría cruel al que transige con un niño que se obstina en jugar con
víboras? Y ¿quién no llamaría bueno al que se lo prohíbe seriamente, y aun
con azotes, por no obedecer sus palabras?” (Ep. 153,6,17).
El progreso no siempre será rectilíneo, sino contando alternativamente con
retrocesos, avances y desviaciones, logros y fracasos. El educador deberá
entender y saber interpretar estos procesos.
IV.6. ENSEÑAR SABIENDO QUE SIEMPRE NECESITAMOS APRENDER
El buen educador aprendió, sin duda, muchas cosas en las aulas
universitarias, pero sabe que son muchas más las que ha de aprender en la
universidad de la vida: en el contacto mismo con la vida de sus alumnos, con
la singularidad de cada uno de ellos; con sus luces y sugerencias, e incluso
con los interrogantes que le plantean.
Agustín no duda en repetir con frecuencia que experimenta mayor gusto en
aprender de cualquiera lo que ignora, que en enseñar a otros lo que sabe
(Cf. Ep. 167,6,21): “Yo prefiero aprender, más bien que enseñar, te lo
confieso” (Ep. 193,13).
El educador necesitará controlar sus propias convicciones y verdades y
redescubrirlas, caminando al paso del educando, para quien es más
determinante una verdad redescubierta por sí mismo que muchas verdades
prefrabicadas que se le dictan. Será la actitud que activa espontáneamente
una cualidad decisiva del buen educador: su capacidad y disposición de
escuchar. Nada estimula tanto al educando como la acogida cálida de sus
preguntas e inquietudes.
IV.7. ADAPTARSE A LA CONDICIÓN Y RITMO PROPIOS DE CADA EDUCANDO
La educación es un proceso largo que se rige por ritmos que van marcando y
se van acomodando a las diversas etapas progresivas.
El educador no puede perder de vista que los educandos son seres humanos que
“se están haciendo”. Cada uno de ellos desde su propia originalidad, desde
sus propios dones y sus específicos condicionamientos y limitaciones que no
es legítimo violentar sin confundir su proceso. Implica conocimiento
individual, flexibilidad, adaptación y educación diversificada y, por ello,
personalizada.
Dice Agustín: “Si a un niño se le alimenta en proporción a su capacidad, se
le va disponiendo para tomar más según va creciendo; pero si se le da más de
lo que tolera su capacidad, perecerá antes de desarrollarse” (Civ. Dei XII,
15,3).
A veces, ciertos métodos educativos (por ej.: la masificación escolar, la
presencia de muchos educandos de culturas diversas, niveles de calificación
impuestos desde el ministerio o las circunstancias en diversos países) hacen
más y más difícil esta adaptación personalizada. No obstante el profesor
deberá adptar su enseñanza a las condiciones globales del grupo al que se
dirige.
San Agustín habla de su propia experiencia en Cat. Rud. XV,23.
Recojo, sin embargo, un texto de San Agustín en el que hace una formidable
síntesis de lo que implica esta comprensión y tratamiento diversificado:
“Los inquietos necesitan corrección; los pusilánimes necesitan ser acogidos;
los contradictorios, ser convencidos; los enemigos, ser reconciliados; el
ignorante, ser enseñado; el perezoso, ser estimulado; el obstinado, ser
contenido; el soberbio, ser puesto en su lugar; el desesperado, ser alentado;
aquellos que buscan compensaciones legales, necesitan ser aplacados; el
pobre necesita ayuda; el oprimido, liberación; el bueno, aprobación; el malo,
condescendencia. Y todos necesitan ser amados” (S. 340, 1).
IV.8. EL MAESTRO EDUCA CON SUS ENSEÑANZAS Y CONSEJOS, PERO DEBERÁ HACERLO
SOBRE TODO CON SU PROPIO TESTIMONIO
En el mundo actual sobran frecuentemente las palabras y los discursos y
faltan los testimonios. Sin embargo, el buen educador marca decisivamente a
sus educandos cuando hablan no sólo sus enseñanzas y orientaciones, sino su
propia vida: su calor humano, su cercanía, afectiva, su disponibilidad y
acogida, su diálogo, su comprensión e interés por los problemas, subjetivos
u objetivos, de cada educando, el testimonio integral de su vida. Al
educador se le escucha con mayor interés, se le admira más, y se trata de
imitarle o seguir sus palabras cuando lo que dice lo corrobora con su vida:
“Para que al orador se le oiga obedientemente, tiene más peso su vida que
toda la grandilocuencia de estilo que posea” (Doctr. Chr.4, 27,59).
A ellos les marca más fuerte y positivamente una recomendación sencilla y
cariñosa, un gesto de humanidad, de afecto, de comprensión y estímulo de una
persona humilde, bondadosa y, sobre todo, ejemplar. Estas actitudes suelen
marcar y han influido en muchas personas de manera importante paqra el resto
de su vida.
Dice San Agustín: “No hay ninguna invitación al amor mayor que adelantarse
en ese mismo amor, y excesivamente duro es el corazón que, si antes no
quería ofrecer su amor, no quiera luego corresponder al amor” (Cat. Rud. IV,
7).
En el fondo, esto es lo que ante todo, desea el educando de sus educadores:
“Enséñame la dulzura inspirándome la caridad; enséñame la disciplina dándome
paciencia; enséñame la ciencia iluminándome el entendimiento” (En. Ps.
118,17,4).
Más aún que enseñando la educación se transmite por ósmosis, es decir por
contagio, por transmisión de vida y calor afectivo.
IV.9. ORIENTA HACIA DIOS
En nuestros centros de inspiración agustiniana no puede faltar esta última
nota. Ciertamente nadie, creyente o no creyente, niega la necesidad
primordial en la vida humana de altos valores como son la solidaridad, el
respeto, la honestidad, el aprecio y afecto, la armonía y la paz, la defensa
de los derechos humanos.
Todos estos valores, aceptados por la mayoría de los educadores, perderían
su motivación y fundamento sin la fe en Dios, quebrándose fácilmente.
Agustín afirma: “Para que el hombre sea algo se dirige a Aquel que le creó.
Si se aparta de él, se enfría; si se acerca a él, se calienta. Alejándose,
se entenebrece; acercándose, se ilumina” (En. Ps. 70, II, 6).
Hay un texto de Paul Jonson, expresivo y ciertamente explicativo, que dice:
“El hombre es imperfecto con Dios. Sin Dios ¿qué es?”. Y Francis Bacon: “El
hombres es ciertamente pariente de las bestias por su cuerpo; si no es
pariente de Dios por su espítitu ¿a qué queda reducido?”.
Sin la fe en Dios, que da sentido a nuestra vida, el hombre pierde toda su
orientacion y queda reducido a la ilusión superficial de lo pasajero. Lo
mejor y más noble que hay en las personas es la transcendencia.: lo mejor
que hay en el alma es aquello por lo que es imagen de su Creador. Ese algo
“haber sido creados a imagen y semejanza del creador”, permanece siempre
(cf. Trin. XIV, 2,4). El hombre mismo es el más formidable milagro: “Más
grande que cualquier milagro que hace el hombre, es el hombre mismo” (Civ.
Dei X, 12).
“Caminemos en la fe mientras dura nuestra peregrinación, hasta que lleguemos
a la realidad en que le veremos cara a cara. Caminando en la fe, actuemos el
bien” (S . 91, 9).
En la educación, por ello, “HA DE PROPONERSE LA ESPERANZA DE UNA VIDA FUTURA”
(Cat. Rud. VII, 11).
V. EL EDUCANDO: CUALIDADES, Y ACTITUDES
La educación podemos considerarla como un proceso largo, un camino o un
itinerario que se prolonga en la vida de cada educando como proceso
evolutivo y progresivo con diferentes etapas que marcan los momentos
fundamentales de esa tarea.
Lo peor que puede ocurrirle a un educador es tener que empujar y llevar a
remolque a sus educandos, porque ellos carecen de interés y motivación
suficiente para para caminar por sí mismos. La tarea educativa se hace
difícil y es agotadora.
Hoy, por desgracia, buen número de los alumnos llegan a sus colegios por
simple apremio externo, sin haber descubierto metas y objetivos
suficientemente apasionantes que les lleven a implicarse en la parte que
como educando les corresponde. A lo más metas parciales y genéricas, como
alcanzar buenas calificaciones y ser un hombre o mujer de éxito el día de
mañana. Por eso, la primera labor del educador habrá de ser inculcar desde
los comienzos esa motivación e interés en sus educandos.
A la luz de San Agustín, exponemos a continuación, los acentos más
determinantes de la educación centrándola en el educando.
V.1. PONTE EN CAMINO
San Agustín presenta la vida del bautizado en este mundo como un itinerario
en el que somos peregrinos que caminamos hacia la Jerusalén celeste. Nos
estimula de esta manera: “Has de estar insatisfecho de lo que eres si
quieres llegar a lo que todavía no eres, pues donde te encontraste
satisfecho, allí te detuviste. Cuando digas “Es suficiente”, entonces
pereciste” (S. 169, 18).
“Ponte en camino”: esta es la primera consigna que el educando deberá
apropiarse en el tema educativo.
En el proceso educativo el educando estará acompañado de personas que le van
a orientar y acompañar, educadores estupendamente preparados, amigos que le
quieran pero nadie podrá hacer el camino por él, nadie le podrá sustituir en
su proceso de crecimiento... y lo que aún es más duro: nadie podrá obligarle
a aprender. San Agustín dirá que “estudiante no es el que sabe sino el que
desea saber” (Cf. Trin. X, 1,1).
Por otro lado, emprender un camino significa saber adónde quieres ir, porque
así resultará más fácil todo el proceso y las dificultades serán más
previsibles y alcanzables. Conocer las propias metas y apasionarse por ellas,
también convertirá el camino en algo apasionante.
Podemos decir a nuestros educandos: “Tu educación es un camino y sólo te
llevará a alguna parte, si tú mismo lo emprendes, atraído por las metas más
hermosas”.
“Si caminas, si estás en tensión, si piensas en lo que ha de venir, olvida
el pasado, no pongas tu mirada en él, para no estancarte en el lugar donde
has puesto los ojos... Somos y no somos perfectos: perfectos caminantes pero
no perfectos poseedores... ¿Qué significa caminar? Os respondo en pocas
palabras: ‘Avanzar’” (S. 169,18).
V.2. DEBE ASUMIR EL PROTAGONISMO DE LA PROPIA EDUCACIÓN
“Dios te puso en la cara los ojos y en el alma la razón; despierta esta
razón, despierta al que mora dentro de tus ojos, asómese a esas sus ventanas
y mira por ellas la creación divina” (S. 126,3).
La vida de cada persona está en sus propias manos y nadie puede impedir que
hagas de ella lo que tú deseas, ni los padres, ni los educadores... ni Dios
mismo, quien siempre respeta la libertad de tus decisiones. San Agustín nos
dice: “La fuente de la vida no está fuera de ti, sino dentro de ti mismo”
(Io. Ev. Tr. 25,17).
Cada uno llevamos dentro de nosotros al propio Maestro Interior, la luz de
la razón, inteligencia y conciencia, que nos permite discernir y evaluar la
realidad, la verdad o falsedad, la bondad o la maldad de todo cuanto vemos y
cuanto oímos. Y esto mismo nos capacita para tomar nuestras decisiones. “No
son los ojos los que ven: alguien hay que ve por los ojos: levántale,
despiértale” (S. 126,3). Ese “alguien” que hay en ti es el verdadero y
decisivo conductor de tu vida. Si se duerme o está ausente, con maestros o
sin maestros tu vida irá siempre mal. Porque “lo que enseñan los maestros
desde fuera no son sino ayudas y amonestaciones” (Ep. Io. Tr. 3,3,13).
V.3. CONFÍA EN LOS DONES QUE DIOS HA DERRAMADO SOBRE TI.
Si todos hemos sido creados a “imagen y semejanza” de Dios y sobre cada uno
de nosotros han sido puestas las semillas de las que habla San Agustín,
tenemos que poner sumo cuidado en conocer y desarrollar esos dones. Sólo se
puede conseguir si somos capaces de confiar no en nuestras propias fuerzas
sino en esas que Dios ha puesto en mí. “En el hombre hay secretos ocultos
para el mismo hombre en que están” (S. 2,3). Si tienes fe en Dios, has de
tener la fe en el don de Dios que hay en ti. Porque Dios ha concedido a cada
uno su propio don, su propia gracia, su propio secreto. Ten fe, pues, en tus
propias posibilidades.
En efecto, Dios creo al ser humano a su imagen, y lleva dentro algo de la
misma vida de Dios: inteligencia, creatividad y amor. Y esto capacita a cada
uno para asemejarse realmente a Dios. Y, de hecho esa es la meta más elevada
a la que puede aspirar, y San Agustín se atreve a decir que “¡Dios se hizo
hombre, para que el hombre se hiciera Dios!” (S. 128,1).
Nunca olvides la parábola de los talentos y que Dios ha puesto en ti.
Debes, pues ELEVAR EL NIVEL DE TUS ASPIRACIONES hasta llegar a Dios porque
“el deseo es el seno del corazón. Poseeremos a Dios si ensanchamos nuestro
deseo cuanto podamos” (Io. Ev. Tr. 40,10)
V.4. SÉ CRÍTICO Y AMIGO DE LA BÚSQUEDA
Agustín es el símbolo de la persona que busca sin cesar hasta encontrar lo
que su corazón entiende como la Verdad que le llena y satisface sus
inquietudes. “Hice de mí mismo la gran cuestión, y me preguntaba a mí mismo”
(Conf. IV, 4,9). Y “me dirigí a mí mismo para preguntarme: ¿Tú quién eres?”
(Conf. X, 6,9).Lo hace, como vemos, a través de preguntarse incesantemente,
hasta llegar a afirmar que “buscar es preguntar” (En. Ps. 144,13).
Las enseñanzas de profesores y educandos son prácticamente inútiles cuando
ofrecen respuestas a preguntas que ningún alumno se plantea. En cambio, para
aquellos educandos que buscan y se interrogan, las luces que encienden los
maestros les ayudan a encontrar por sí mismos las respuestas. Y entonces
ocurre algo formidable: “Encontrar –dice Agustín- es sinónimo de ‘engendrar’;
es como si tú mismo hubieras dado a luz lo que has encontrado” (Trin. IX,
12,18): es algo tuyo que pasa a formar parte de tu propia vida.
No aceptes cuanto ves y oyes pasiva y superficialmente. Interrógate sobre el
significado profundo de todo. Porque “el que busca diligentemente encontrará”
(Cons. Ev. 3,13,49). Por eso, pregúntate a ti mismo; pregunta a los
profesores; pregunta y busca en todos los sitios.
Sólo así, desde la humildad y la ‘ignorancia’ que pregunta hasta encontrar
la Verdad, puedes ASPIRAR A SER DUEÑO DE TI MISMO, ANTES DE PRETENDER
DOMINAR EL MUNDO. Dice Agustín: “¿Cómo conocer a los demás si uno se
desconoce a sí mismo, siendo que no hay nada tan presente a sí mismo como
uno mismo? Así sucede con los ojos del cuerpo, que conocen mejor los ojos
ajenos que a los propios, y entonces mejor no afanarse en buscar, pues jamás
se encontrara” (Trin. X, 3,5).
V.5. POR ESO DEBES BUSCAR TU PROPIA COMPRENSIÓN DE LO QUE TE ENSEÑAN LOS
MAESTROS
En realidad sólo aprendes en la medida en que comprendes. Si no has
comprendido lo que se te enseña, no has aprendido nada, aunque lo hayas
grabado en tu memoria y tengas el mayor éxito en los exámenes. Todo cuanto
de verdadero y bueno escuches de un maestro, no te pertenece mientras tú no
lo interiorices, asimiles y hagas tuyo.
Por eso Agustín advierte: “¿Acaso pretenden los maestros que se conozcan y
retengan sus pensamientos, y no la comprensión de las materias que,
pretenden enseñar cuando hablan? Porque ¿qué padre hay tan neciamente
curioso que envíe a su hijo a la escuela para que aprenda qué piensa el
maestro? Una vez que los maestros han explicado las disciplinas, las leyes
de la virtud y la sabiduría, entonces los discípulos juzgan por sí mismos si
han dicho cosas verdaderas, examinando según sus fuerzas, aquella verdad
interior. Entonces es cuando aprenden” (Mag, 14,45).
V.6. MÁS QUE “SABER MÁS”, DESEA “SER MEJOR”
Aprender a vivir es mucho más importante que aprender cosas sobre la vida.
“Muchos obrando el mal, estudian... con el fin de ser doctos, más bien que
justos. Otros escudriñan los preceptos del Señor, no porque vivan ya
rectamente, sino para saber cómo deben vivir” (En. Ps. 118, 12).
Llegar a saber mucho es importante. Pero por sí mismo no te evitará quizá
ser un día despreciable. En tu proceso educativo tendrás oportunidad de
aprender muchas cosas, pero lo esencial será aprender a ser mejor; en
expresión de San Agustín “aprender a vivir sabiamente”. Y lo contrario de
vivir sabiamente es vivir neciamente: a lo que sale, sin rumbo y sin metas
definidas.
“¿Qué es carecer de la sabiduría..., sino vivir en la necedad?” (Beata v.
IV, 29). “La sabiduría es la mesura del alma, por ser contraria a la necedad,
y la necedad es pobreza, y la pobreza contraria a una vida plena y feliz” (Beata
v. IV, 32).
Todos queremos ser felices pero es frecuente equivocar el camino, porque
sólo es feliz quien vive los más altos valores de la honestidad, la nobleza
de corazón , la solidaridad con los demás, la verdad, la justicia, el amor...
V.7. POR ESO BUSCA LA FELICDAD, ORIENTA TU VIDA
No te pares en lo superficial, en lo inmediata y camina hasta encontrar la
Verdad.
No pierdas de vista la meta última de tu existencia, y reordena hacia ella
todo cuanto haces. Agustín vivió dando muchos tumbos, hasta que encontró a
Dios. Su vida, entonces, se trasformó y recordando su experiencia, pudo
afirmar: “Yo solamente sé esto, Señor: que sin ti me va mal, y no sólo fuera
de mí, sino también dentro de mí mismo; y que toda riqueza mía que no es mi
Dios, es pobreza” (Conf. XIII, 8,9).
Sin la fe en Dios, tu vida queda descolgada de su origen y de su destino y
encerrada en la más oscura prisión: partiste de la nada y caminas hacia la
nada; tu vida entonces se reduce, afirma Agustín a “nacer, trabajar y morir”.
Todo verdadero esfuerzo y ser mejor, se queda entonces sin motivación
consistente. Y te sentirás fácilmente impulsado a inventarte alegrías
igualmente superficiales y sin consistencia.
“¡Qué pena apegarse a las cosas porque son buenas, y no amar al Bien que las
hace buenas... Y dicho Bien no se encuentra lejos de cada uno de nosotros:
en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Trin. VIII, 3,5).
En cambio, con Dios se te abren los más bellos horizontes de libertad y tu
alegría tendrá fundamentos sólidos:
- La alegría y gozo del que sabe que su vida tiene un sentido hermoso.
- La alegría de saber que nuestra vida tiene a Dios y su Amor como garantía
y seguridad.
- La alegría del que sabe que su vida es una travesía hacia el inmenso
Océano de la vida eterna.
Y, además, porque sólo así se puede CONQUISTAR Y CULTIVAR LA AUTÉNTICA
LIBERTAD. Necesitas ser libre si quieres ser bueno y sólo desde el encuentro
con quien es Libertad podrás caminar en ella.
Somos libres cuando somos dueños y señores del propio mundo interior de
sentimientos, emociones y tendencias, en otras palabras cuando somos dueños
de la propia voluntad.
San Agustín supo por experiencia personal lo que es vivir sin Dios, y en
consecuencia sin libertad, y envuelto en la nada. Agustín define una etapa
de su juventud cuando afirma: “El que camina en dirección contraria a Aquel
que ES (Dios), camina hacia la nada” En. Ps. 38,22). En cambio, cuando lo
encontró pudo afirmar:
“Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón seguirá inquieto mientras no
te tenga a Ti” (Conf. I, 1,1). “Nadie hace feliz al hombre sino el que creó
al hombre” (Ep. 155,2).
VI. LA FAMILIA: LA PRIMERA Y MÁS DECISIVA EDUCADORA
Entre las crisis más preocupantes de la sociedad en que vivimos esta la
crisis familiar.
“ Si no perecí en el error, fue debido a las lagrimas cotidianas y llenas de
fe de mi madre” (Perseo. 20,53).
[Seria importante que los encuentros entre educadores y padres fuesen mas
frecuentes. Creo que son escasos en casi todos nuestros centros].
Más bien que en su teoría educativa, San Agustín ha dejado patente para la
historia, su propia experiencia personal de lo que significó la influencia
del hogar en el rumbo de su vida. San Agustín confesara gozosamente que la
fe, que al fin abrazo, “la había mamado piadosamente mi tierno corazón con
la leche de mi madre” (Conf. III, 4,8).
Se ha afirmado siempre que la familia es la primera escuela educativa. No
tanto porque “enseñe” cosas, cuanto por el calor del hogar, que el niño
experimenta desde los primeros días de su existencia. El niño se educa en
proporción al amor estimulador y protector que le envuelve. Y queda
gravemente vulnerado cuando le toca respirar un ambiente helado o tormentoso.
Cuando la familia no educa, deseduca. El hogar ha de ser la base y
fundamento de la sociedad:
“La familia ha de ser el principio y base de la sociedad. Y como todo
principio hace referencia a un fin en su género, se desprende, evidentemente,
que la paz de la casa se ordena a la paz ciudadana, es decir, que la bien
ordenada concordia de quienes conviven juntos en el mandar y en el obedecer,
mira a la bien ordenada concordia de los ciudadanos en el mandar y obedecer”
(Civ. Dei XIX, 16).
Los padres pueden encontrar en los educadores del colegio unos colaboradores
necesarios para la educación de sus hijos, pero nunca sus sustitutos. El
hogar es el clima natural en el que cada uno de sus integrantes necesita y
espera respirar el aire oxigenado y refrescante del afecto, la acogida, la
confianza y la seguridad. Y por ello, cualquier gesto de amor o de rechazo,
de aprecio o menosprecio, de alegría o de conflicto, marcan profundamente
para todo su futuro, sobre todo a niños y adolescentes, de manera casi
irreversible.
La mentalidad hoy, muy generalizada en padres de familia, de que están
pagando a otros la educación de sus hijos y, en consecuencia, ellos pueden
quedar libres de esta responsabilidad, es uno de los fallos más graves que
sufre hoy la educación:
“Entre tanta diversidad de costumbres y tan detestable corrupción, gobernad
vuestras casas, dirigid a vuestros hijos, regid vuestras familias. Como yo
debo hacerlo en la iglesia, a vosotros os pertenece conducir vuestras casas
para que rindáis buenas cuentas de aquellos que os ha sido encomendados.
Dios ama la educación” (En. Ps. 50, 24).
VII. MOTIVACION E INTERÉS
Saber motivar y despertar interés en los alumnos, tanto por su formación y
educación en general como por cada uno de los temas o materias de la
enseñanza, es un presupuesto fundamental de la buena educación. Esta
motivación e interés es misión, sin duda, de cada educador.
El proceso educativo implica el compromiso, tanto del educador como del
educando, y los fallos de uno u otro pueden frustrarlo igualmente.
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