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LA COMUNIDAD EDUCATIVA: EL ALUMNO, EL PROFESOR, LOS PADRES, EL PERSONAL NO DOCENTE, OTRAS PERSONAS CIRCUNSTANCIALES
(P. Alejandro Moral, OSA)


Es necesario decir el significado que queremos dar al concepto o termino comunidad, determinado casi siempre por los adjetivos que la acompañan. Efectivamente, no significa lo mismo decir “comunidad de vecinos” que “comunidad religiosa”, o “comunidad internacional”... Tampoco se puede confundir con términos como “grupo”, “sociedad”, “conjunto”...

Aquí, donde estamos en un ambiente agustiniano que enmarca y caracteriza nuestro quehacer en la escuela, queremos referirnos a la COMUNIDAD EDUCATIVA. Esto quiere decir al “proyecto educativo” que engloba al alumno, profesor, padres y personal no docente, en unas mismas tareas y con unos mismos objetivos, donde no se trata sólo de estar juntos sino de trabajar en “comunión”.

Es verdad que el concepto de “comunidad “educativa” es un importante y decisivo tema de actualidad. En tiempos de Agustín no hubo propiamente un proyecto educativo “comunitario”, tal que implicara los elementos señalados anteriormente de alumno, profesor, padres y personal docente, pero él vivió este sentido comunitario con sus discípulos, estimulando el protagonismo activo y responsabilidad de los mismos en su propia educación. El doctor dirá: “en la escuela del Señor todos somos condiscípulos” (S. 242,1).

S. Agustín insiste en el hecho de que todos necesitamos de los demás para ser verdaderamente nosotros mismos. Dice: “Si tu siervo necesita de ti para que le des el pan, tú necesitas de él para que te ayude en las labores; ambos os necesitáis mutuamente. Nadie de vosotros es verdadero señor y nadie verdadero siervo” (En. Ps. 69,7). “El cuerpo de Cristo está constituido así (recordad lo que dice el apóstol en su carta a los Corintios); de este modo se unen y juntan los miembros comunes mediante la caridad y con el vínculo de la paz, cuando cada uno ofrece lo que tiene al que carece de ello. Es rico por lo que tiene; es pobre por lo que carece” (En. Ps. 125,13.

Al hablar de comunidad educativa nos referimos a cuantas personas desarrollan una función en la tarea educativa de un determinado individuo o persona, en el centro donde el sujeto se encuentra. De este modo, los agentes externos tan importantes quedarían excluidos no de su influencia en la persona que se encuentra en este proceso sino del grupo que funciona a un nivel de responsabilidad directa sobre el educando.

Son muchos los factores que inciden en el desarrollo educativo progresivo de un educando, pero también en la deformación del mismo. La educación colegial necesita, contrarrestar esa posible siembra negativa, creando un clima y ambientes saludables y calurosos. Esto se logrará en la comunión y corresponsabilidad de toda la comunidad educativa. Y muchos habrán de ser los interesados y comprometidos en propiciarle una auténtica educación, en sintonía de objetivos, criterios y acciones.

Escribe nuestro Padre: “Tanto puede el sentimiento de un espíritu solidario, que cuando aquéllos se dejan impresionar por nosotros que hablamos y nosotros por los que están aprendiendo, habitamos los unos con los otros; es como si los que nos escuchan hablaran por nosotros, y nosotros en cierto modo, aprendiéramos de ellos lo que les estamos enseñando… Y esto tanto más cuanto más amigos son, porque a través de los lazos del amor, cuanto más vivimos en ellos, tanto más nuevas resultan para nosotros las cosas viejas” (Cat. Rud. XII, 17).

Por eso, hoy, la educación no puede ser sólo de responsabilidad y compromiso individuales sino responsabilidad y compromiso solidarios, corresponsables, y concordes de todos los agentes implicados en esta tarea, desde el alumno, familia, profesores, personal no docente del centro, hasta incluso el ministerio de educación.

Pero no basta la corresponsabilidad, la disponibilidad, el diálogo entre los diversos agentes, sino la comunión desde los lazos de la interioridad que conducen al amor en la tarea educativa. Por eso podemos decir que los mismos principios que Agustín sienta para la comunidad religiosa y la comunidad cristiana, en general, son aplicables hoy a una “comunidad educativa”. La utopía comunitaria, al igual que las otras tareas de nuestra vida, debe estar, sobre todo, animada por el amor que nos lleva a la comunión entre todos los miembros de un mismo cuerpo. Dirá San Agustín que: “nuestra labor sólo es auténtica cuando está impulsada y motivada por el amor, y al amor regresa como a su cálido hogar” (Cat. Rud. XI, 16).

En la comunidad educativa, “todos nos necesitamos los unos a los otros. Nadie de nosotros es verdadero señor, y nadie es verdadero siervo” (En. Ps. 69,7). Y en la mutua solidaridad y comunión “cada cual posee íntegramente lo que todos poseen en concordia” (S. 88,18).

La unidad y armonía de una comunidad educativa implica necesariamente un respeto sagrado a las diversidades, a cada cultura y a cada individuo, en sus modos de pensar y actuar. Ha de ser, por ello, una comunidad dialogante, en la misma actitud que expresa Agustín, es decir en la búsqueda de la verdad en comunión. Escribe: “Quien escucha lo que digo, o lee lo que escribo ‘allí donde esté seguro, camine conmigo; donde dude, busque conmigo; donde descubra que está en un error, vuelva a mí; y cuando descubra que soy yo el equivocado, corríjame” (Trin. I, 3,5)

S. Agustín llega a la conclusión que nadie es poseedor único y exclusivo de la verdad, nadie es patrón absoluto ni tiene este monopolio: “Porque tu Verdad, Señor, no es mía, ni del otro, ni del de más allá, sino que es de todos nosotros a quienes llamas públicamente a participar de ella, amonestándonos a no pretender su posesión en exclusiva para no vernos excluidos de ella. Quien reivindica como cosa propia lo que es de todos, será rechazado desde el bien común al propio, es decir de la verdad a la mentira” (Conf. XII, 25,34).

Es Esta una de las lecciones que más nos resistimos a aprender en la relación humana: ver, juzgar y valorar positivamente las diversas culturas, maneras de pensar, credos, etc. Y por eso es uno de los factores más frecuentes de conflicto. Sigue diciendo Agustín: “Ningún hombre ha podido expresarse de manera que todos lo entiendan en todo” (Trin. I, 3,5). Lo que alguien mucho después expresaba de esta manera: “No ha existido sentencia de un sabio que no la haya contradicho otro sabio”.

in embargo, es siempre posible la armonía y comunión en los mismos objetivos e intereses, con la aportación de cada uno de los agentes educadores. ¿Cómo lograr y hacer entender a los profesores que deben ser exigentes pero no orgullosos sino humildes hasta valorar a cada educando como a sí mismo? ¿cómo inculcar en los padres su responsabilidad prioritaria en la tarea educativa con las dificultades que los horarios y obligaciones encuentran en su trabajo donde cada día se pide mayor competitividad? ¿cómo hacer sentir parte activa e importante para el logro de los grandes objetivos del Centro a cuantos realizan tareas paraescolares de tal modo que lleguen a crear el mejor ambiente y clima para las tareas educativas?. Todos son comunidad educativa en el sentido amplio, también los porteros, jardineros, encargados del mantenimiento de las instalaciones, bibliotecarios, jubilados, etc.

II. ¿CUALES SON LAS CARACTERISTICAS FUNDAMENTALES DE UNA COMUNIDAD EDUCATIVA AGUSTINIANA?

Enumero solo algunas, sin explicarlas directamente porque ya se ha hecho en otras conferencias y se hara después: Fe en la transcendencia, búsqueda de la verdad, capacidad para la interioridad, se siente en libertad, capacidad de amar, capacidad para la amistad y la comunión, se siente corresponsable y esta capacitada para el dialogo.


III. LA MISIÓN DEL EDUCADOR: ALCANCE Y LÍMITES

Aquí queremos comenzar con el EDUCADOR por razones evidentes, somos los educadores quienes asistimos a este congreso y, lógicamente, nos situamos en la parrilla de salida en primer lugar.

La primera cosa que quiero deciros es que nunca perdáis el sentido de vuestra importante misión, de vuestra profunda responsabilidad. Si sois capaces de mantener clara esta idea, habréis andado una gran parte del camino Al mismo tiempo, quiero insistiros que nunca dejéis que el desánimo o la frustración se sobrepongan. Es muy fácil caer en esta tentación. Son muchos los condicionantes que encontramos cada día en la tarea educativa, minando el entusiasmo, incluso, de los más fuertes y optimistas.

Comenzando desde los mismos condicionamientos de los sistemas educativos que aumentan cada día porque, en ocasiones pierden el objetivo, la finalidad, la razón de ser de la educación y en vez de buscar “el progreso educativo y el crecimiento integral de la persona no buscan más que el éxito educativo de los alumnos”. Lo peor es que, en ocasiones, son los mismos gobiernos y ministerios quienes actúan de esta manera. Esto suele provocar desánimo. Lo mismo que causan la pérdida de entusiasmo la falta frecuente de colaboración y comprensión por parte de los padres, o la falta de corresponsabilidad entre los profesores, o la situación económica en muchos de nuestros países que lleva al pluriempleo y, en consec<uencia, a la pérdida de consagración exclusiva a esta tarea escolar. También podíamos hablar de la masificación de algunos colegios que impiden el seguimiento personalizado y hasta el conocimiento mínimo de los niños. También las leyes protectoras de los menores, que otorgan inmunidad práctica a niños, adolescentes y jóvenes, convirtiendo en peligrosos las exigencias, apremios y controles y propiciando acusaciones infundadas, en las que siempre lleva las de ganar el educando.

Uno de los elementos más arriesgados en nuestros días por las consecuencias negativas graves que pueden causar en los educadores es el estrés debido a las presiones a las que en muchas ocasiones nos sentimos sometidos. Son diversos los estudiosos que hablando sobre nuestra realidad insisten en las posibilidades del estrés. Escribo un texto del psiquiatra brasileño Augusto Jorge Cury, quien subraya esta realidad en el siguiente texto: “Los conflictos en las aulas de clase están llevando a los profesores a enfermarse colectivamente en todo el mundo. En España, el 80% de ellos están profundamente estresados. En Brasil, de acuerdo con una investigación realizada por la Academia de Inteligencia, un instituto que dirijo, el 92% de los educadores están con estrés o más síntomas de estrés y el 41 % con diez o más, de los que se destacan: jaquecas, dolores musculares, exceso de sueño, irritabilidad” (A. J. Cury, El Maestro del Amor, ed.Paulinas, Bogotá, 2003, pp. 33-34).

Es difícil mantenerse fiel a la vocación recibida en circunstancias tan adversas, o mantener la ilusión de una utopía tan castigada por las circunstancias que la rodean.

San Agustín nos diseña un modelo de educador que hoy nos suena un poco a utopía. Define el ideal al que hemos de tender si queremos responder a uno de los desafíos más apremiantes de nuestro tiempo que es la EDUCACIÓN.

IV. CUALIDADES Y ACTITUDES DEL EDUCADOR-MODELO

Hablar de “modelo” significa siempre dos cosas: por un lado la clara imposibilidad de conseguir alcanzar el prototipo presentado como ideal. Por otro, la posibilidad de una clara referencia a la que medirse y a la que tender en todo momento, sobre todo en aquellos momentos de crisis en los que parece perderse el sentido de todo.


IV.1. AMA SU VOCACIÓN Y ES FIEL A SU MISIÓN

Dice San Agustín: “Unámonos a nuestros oyentes con amor fraterno, paterno o materno, y fundidos a sus corazones, esas cosas nos parecerán nuevas también a nosotros... Habitamos entonces los unos en los otros” (Cat. Rud. XII, 17).

Los alumnos detectan inmediatamente quién es profesor por vocación y quién lo es por las circunstancias que le rodean. Son como psicólogos y policías secretos al mismo tiempo cuando se trata del conocimiento del educador que les acompaña. Saben quién les quiere y quién simplemente les tolera. Hay una sintonía en el encuentro entre un educando y un educador o, o, por el contrario, un desencuentro en las almas... o una indiferencia.

El impacto educativo más importante procede de este amor o de esta indiferencia. Esta actitud por parte del educador va unida indisolublemente al tema cardinal de la vocación, que es tan decisiva en el proyecto educativo. No es lo mismo trabajar por amor que hacerlo por necesidades materiales o económicas.

Es capaz no sólo de comprender a los más rezagados sino de amarles en sus mismas carencias y les ayuda a superarlas con paciencia y comprensión ilimitadas. A ellos se dirige San Agustín:

“Ama y haz lo que quieras” (Ep. Io. Tr. VII, 8). “Ama y di lo que quieras” (Exp. Gal. 57). Porque tu amor y entusiasmo educan por sí mismos: “Pues una obra es verdaderamente buena cuando la intención del que la realiza se ve motivada y estimulada por el amor, y de nuevo se refugia en el amor, como volviendo a su lugar” (Cat. Rud. XI, 16). “Cuanto más amamos a las personas a las que hablamos, tanto más deseamos que les agrade lo que les exponemos para su salvación; y si esto no sucede así, nos disgustamos y durante nuestra exposición perdemos el gusto y nos desanimamos, como si nuestro trabajo resultara inútil” (Cat. Rud. X, 14).

IV.2. CONFÍA CIEGAMENTE EN CADA EDUCANDO Y EN SUS POSIBILIDADES.

“No hay que desesperar de nadie hasta perder toda fe en él mientras viva” (En. Ps. 36, 2,11). Esta frase de San Agustín.

Muchos pedagogos afirman que la labor del educador consiste en sacar fuera las cualidades, virtudes, es decir, todos los elementos que forman la persona y que el educando lleva dentro sí, inscritos en su interior desde el momento en que comienza a crecer como ser en el seno de la madre. El educador, según las etapas y edades del
individuo le irá ayudando a desarrollar en plenitud esas fuerzas interiores.

El buen educador será aquel que sabe recibir como un don precioso, como un diamante quizás en bruto, a cada individuo que se acerca a la casa común que es la escuela. No es poco recibir con gozo y alegría a quien llega a la escuela. No es poco comenzar a querer a esa persona desde el primer día y a sentirme implicado en la vida que pone, de alguna manera, en mis manos.

Cuando amamos a alguien aprendemos a confiar más en él y cuando lo hacemos entendiendo que es tarea educativa, nos hacemos corresponsables del crecimiento de esta persona y confiamos plenamente en el individuo y en sus posibilidades.

Por eso el buen educador sabe, sintonizando con Agustín, que incluso “cuando un ser se corrompe, hay en él un bien que se corrompe; y mientras no deja de corromperse, no está despojado de todo bien” (Ench. XII, 4). Y San Agustín concluye: “No hay que desesperar de nadie hasta perder toda fe en él mientras viva. De ningún viviente hay que desesperar” (En. Ps. 36,2,11).

San Agustín con este principio está apuntando a la orientación de la educación en sí misma: la cual debe ser una educación fuertemente estimuladora más bien que correctiva.

El mal educador, ante un alumno problemático enseguida tiende a sentenciar: ¡Eres un desastre y lo serás siempre! El buen educar busca la advertencia cordial y la palabra estimulante. Hay que estar muy atentos a estas situaciones porque el proceso educativo de un alumno se bloquea, en efecto, cuando por cada palabra de estímulo y aliento que se le dirige, recibe muchas más correcciones.

El buen educador, en síntesis, corrige deficiencias e infracciones, pero sobre todo, aplaude logros, incentiva aspiraciones, contagia fe, abre horizontes de esperanza.

Desde su reflexión y búsqueda, Agustín descubrió, en primer lugar, que el ser humano llega a este mundo, no como un vacío existencial que habrá de irse “llenando” con el tiempo, sino como una plenitud potencial, llamada a dinamizarse. El hombre es creado inicialmente, según sus expresiones, “en semilla, en estado latente”, como “semilla de los seres futuros”, como “potencialidades sembradas por el Creador en el principio” (Gn. Litt. c. VI). “En la primera creación, el proyecto humano de Dios quedó en cierto modo terminado y en otro modo iniciado. Terminado porque su naturaleza quedó potencialmente realizada; iniciada porque fue a modo de siembra de lo que habrían de ser los seres humanos en el decurso de los tiempos, saliendo del estado latente al manifiesto” (Gn. Litt. VI, 11, 19). “Tratemos de comprender las cosas humanas, pues nosotros que hablamos somos hombres, hablamos a hombres, a ellos dirigimos el sonido de nuestras palabras y, por medio de ellas nos introducimos en el corazón de quien nos oye” (S. 120,3).

IV.3. ENSEÑAR, SIENDO CONSCIENTES QUE EL ALUMNO SÓLO APRENDE ESCUCHANDO AL MAESTRO INTERIOR QUE LLEVA DENTRO.

“Lo que enseñan los maestros desde fuera no son sino ayudas y amonestaciones: El Maestro está dentro” (Ep. Io. Tr. 3,3,13).

San Agustín desarrolla en su obra El Maestro diversos temas sobre el modo de obrar los educadores. Es consciente de que no todos somos iguales. Los hay que buscan el bien absoluto de sus discípulos y se esfuerzan sobre manera por transmitirles y educarles en la verdad. Pero también hay educadores que buscan más ser alabados y expresar lo que saben que ayudar a los educandos. Incluso los hay que se molestan si el alumno responde convenientemente. Amonesta seriamente para ayudar a entender que en la enseñanza y en la educación lo más importante no es lo que el educador ha enseñado sino lo que el alumno ha logrado comprender.

Dice San Agustín: “¿Acaso pretenden los maestros que se conozcan y retengan sus pensamientos y no las materias que pretenden enseñar? Porque, ¿quién hay tan neciamente curioso que envíe a su hijo a la escuela para que aprenda qué piensa el maestro? Una vez que los maestros han explicado las disciplinas, las leyes de la virtud y la sabiduría, entonces los discípulos juzgan por sí mismos si han dicho cosas verdaderas, examinando, según sus fuerzas, aquella verdad interior. Entonces es cuando aprenden” (Mag. 14,45).

En palabras de San Agustín podemos concluir que “las verdades que el educando escucha del maestro no te pertenecen mientras no las hagas tuyas, por tu propia comprensión e interiorización.

“Las palabras no hacen otra cosa que incitar al alumno a que aprenda” (Ibíd.. 14,46) “El maestro está dentro: lo que enseñan los maestros desde fuera no son sino ayudas y amonestaciones” (Ep. Io. Tr. 3,13).

II.4. PROPONE PRINCIPIOS E INCENTIVA Y ACOGE EL DIÁLOGO.

Dice San Agustín: “Buscar es preguntar” (En. Ps. 144,13). “Ninguno de nosotros afirme haber hallado la verdad; busquémosla como si unos y otros la desconociéramos” (C. Ep. Man. 3).

Es misión del educador encender luces e iluminar. Su objetivo es lograr que el alumno encuentre con ellas las respuestas a los interrogantes que le plantea su propio caminar. El educador debe ayudar, con sus luces, a que el educando pueda dar respuesta a sus interrogantes, sean los que sean. De ahí la necesidad de funcionar con preguntas en la búsqueda de la verdad. Afirma Agustín: “El mejor método de investigación es el de las preguntas y respuestas” (Sol. II, 7,14). La verdad, en consecuencia, no se “dicta”: se descubre en el encuentro de las luces del educador y del educando.

San Agustín no sintonizó con la enseñanza, o la educación-dictado. Se alineó, más bien, en la línea del método socrático de la interrogación y el diálogo, invitando al discípulo a sumarse a su propia búsqueda y preguntarse. Lo había vivido él personalmente desde su juventud: “Hice de mí mismo la gran cuestión, e interrogaba a mi alma” (Conf. IV, 4,9). “Y no me pesará buscar cuando dudo, ni me avergonzaré de aprender cuando me equivoco” (Trin. I, 2,4).

La misión del educador, pues, es la de promover y acompañar, en el educando, la búsqueda y cultivo de las propias semillas, en su irrepetible singularidad. El educador deberá buscar estimular en cada uno de los educandos la propia búsqueda.

IV.5. EXIGE PERO ESTIMULA LA LIBRE AUTODETERMINACIÓN DE CADA EDUCANDO

Estimular y llegar a la libre autodeterminación por parte del educando es el objetivo más importante en el equilibrio relacional entre educando y educador. Este es el momento culmen y de madurez hacia el que tiende todo proceso educativo.

Y, en la medida en que el objetivo se va alcanzando, el educador ha de saber colocarse en segunda fila, asumiendo el papel de acompañante y permitiendo que el educando se abra camino por sí mismo.

“Hay dos caminos que llevan al conocimiento: la autoridad y la razón. La primera precede en el tiempo; pero es preferible la razón... (Quien la sigue) verá al fin cuán razonables son las cosas que abrazó sin comprender aún, y qué es la razón, a la que sigue con seguridad después de dejar la cuna de la autoridad” (Ord. II,26).

Quizás el éxito del educador llega, en cierto modo, cuando ha logrado que cada uno de sus alumnos asuma el protagonismo de su propia educación, limitándose a un acompañamiento servidor. El educando ha de ir superando la autoridad, porque “no es bueno lo que se hace por la fuerza, aunque sea bueno lo que hace” (Conf. I, 12,19).

Con frecuencia, los alumnos no “viven” su propio proceso educativo: simplemente “lo aguantan”. Porque no logran superar la sensación de que se les está imponiendo desde fuera algo que está al margen de sus intereses reales y sentidos.

Aquí es necesario saber crear y aplicar los medios adecuados para lograr este importante objetivo. De ahí que no puedan faltar en la educación los apremios y controles, sobre todo en las primeras etapas formativas.

“No todo el que transige es amigo, ni todo el que castiga enemigo... Mejor es amar con serenidad que engañar con suavidad” (Ep. 93,2,4). “Hay una misericordia que castiga, como hay una dureza que transige. ¿Quién no llamaría cruel al que transige con un niño que se obstina en jugar con víboras? Y ¿quién no llamaría bueno al que se lo prohíbe seriamente, y aun con azotes, por no obedecer sus palabras?” (Ep. 153,6,17).

El progreso no siempre será rectilíneo, sino contando alternativamente con retrocesos, avances y desviaciones, logros y fracasos. El educador deberá entender y saber interpretar estos procesos.

IV.6. ENSEÑAR SABIENDO QUE SIEMPRE NECESITAMOS APRENDER

El buen educador aprendió, sin duda, muchas cosas en las aulas universitarias, pero sabe que son muchas más las que ha de aprender en la universidad de la vida: en el contacto mismo con la vida de sus alumnos, con la singularidad de cada uno de ellos; con sus luces y sugerencias, e incluso con los interrogantes que le plantean.

Agustín no duda en repetir con frecuencia que experimenta mayor gusto en aprender de cualquiera lo que ignora, que en enseñar a otros lo que sabe (Cf. Ep. 167,6,21): “Yo prefiero aprender, más bien que enseñar, te lo confieso” (Ep. 193,13).

El educador necesitará controlar sus propias convicciones y verdades y redescubrirlas, caminando al paso del educando, para quien es más determinante una verdad redescubierta por sí mismo que muchas verdades prefrabicadas que se le dictan. Será la actitud que activa espontáneamente una cualidad decisiva del buen educador: su capacidad y disposición de escuchar. Nada estimula tanto al educando como la acogida cálida de sus preguntas e inquietudes.


IV.7. ADAPTARSE A LA CONDICIÓN Y RITMO PROPIOS DE CADA EDUCANDO

La educación es un proceso largo que se rige por ritmos que van marcando y se van acomodando a las diversas etapas progresivas.

El educador no puede perder de vista que los educandos son seres humanos que “se están haciendo”. Cada uno de ellos desde su propia originalidad, desde sus propios dones y sus específicos condicionamientos y limitaciones que no es legítimo violentar sin confundir su proceso. Implica conocimiento individual, flexibilidad, adaptación y educación diversificada y, por ello, personalizada.

Dice Agustín: “Si a un niño se le alimenta en proporción a su capacidad, se le va disponiendo para tomar más según va creciendo; pero si se le da más de lo que tolera su capacidad, perecerá antes de desarrollarse” (Civ. Dei XII, 15,3).

A veces, ciertos métodos educativos (por ej.: la masificación escolar, la presencia de muchos educandos de culturas diversas, niveles de calificación impuestos desde el ministerio o las circunstancias en diversos países) hacen más y más difícil esta adaptación personalizada. No obstante el profesor deberá adptar su enseñanza a las condiciones globales del grupo al que se dirige.

San Agustín habla de su propia experiencia en Cat. Rud. XV,23.

Recojo, sin embargo, un texto de San Agustín en el que hace una formidable síntesis de lo que implica esta comprensión y tratamiento diversificado:

“Los inquietos necesitan corrección; los pusilánimes necesitan ser acogidos; los contradictorios, ser convencidos; los enemigos, ser reconciliados; el ignorante, ser enseñado; el perezoso, ser estimulado; el obstinado, ser contenido; el soberbio, ser puesto en su lugar; el desesperado, ser alentado; aquellos que buscan compensaciones legales, necesitan ser aplacados; el pobre necesita ayuda; el oprimido, liberación; el bueno, aprobación; el malo, condescendencia. Y todos necesitan ser amados” (S. 340, 1).

IV.8. EL MAESTRO EDUCA CON SUS ENSEÑANZAS Y CONSEJOS, PERO DEBERÁ HACERLO SOBRE TODO CON SU PROPIO TESTIMONIO

En el mundo actual sobran frecuentemente las palabras y los discursos y faltan los testimonios. Sin embargo, el buen educador marca decisivamente a sus educandos cuando hablan no sólo sus enseñanzas y orientaciones, sino su propia vida: su calor humano, su cercanía, afectiva, su disponibilidad y acogida, su diálogo, su comprensión e interés por los problemas, subjetivos u objetivos, de cada educando, el testimonio integral de su vida. Al educador se le escucha con mayor interés, se le admira más, y se trata de imitarle o seguir sus palabras cuando lo que dice lo corrobora con su vida: “Para que al orador se le oiga obedientemente, tiene más peso su vida que toda la grandilocuencia de estilo que posea” (Doctr. Chr.4, 27,59).

A ellos les marca más fuerte y positivamente una recomendación sencilla y cariñosa, un gesto de humanidad, de afecto, de comprensión y estímulo de una persona humilde, bondadosa y, sobre todo, ejemplar. Estas actitudes suelen marcar y han influido en muchas personas de manera importante paqra el resto de su vida.

Dice San Agustín: “No hay ninguna invitación al amor mayor que adelantarse en ese mismo amor, y excesivamente duro es el corazón que, si antes no quería ofrecer su amor, no quiera luego corresponder al amor” (Cat. Rud. IV, 7).

En el fondo, esto es lo que ante todo, desea el educando de sus educadores: “Enséñame la dulzura inspirándome la caridad; enséñame la disciplina dándome paciencia; enséñame la ciencia iluminándome el entendimiento” (En. Ps. 118,17,4).

Más aún que enseñando la educación se transmite por ósmosis, es decir por contagio, por transmisión de vida y calor afectivo.


IV.9. ORIENTA HACIA DIOS

En nuestros centros de inspiración agustiniana no puede faltar esta última nota. Ciertamente nadie, creyente o no creyente, niega la necesidad primordial en la vida humana de altos valores como son la solidaridad, el respeto, la honestidad, el aprecio y afecto, la armonía y la paz, la defensa de los derechos humanos.

Todos estos valores, aceptados por la mayoría de los educadores, perderían su motivación y fundamento sin la fe en Dios, quebrándose fácilmente.

Agustín afirma: “Para que el hombre sea algo se dirige a Aquel que le creó. Si se aparta de él, se enfría; si se acerca a él, se calienta. Alejándose, se entenebrece; acercándose, se ilumina” (En. Ps. 70, II, 6).

Hay un texto de Paul Jonson, expresivo y ciertamente explicativo, que dice: “El hombre es imperfecto con Dios. Sin Dios ¿qué es?”. Y Francis Bacon: “El hombres es ciertamente pariente de las bestias por su cuerpo; si no es pariente de Dios por su espítitu ¿a qué queda reducido?”.

Sin la fe en Dios, que da sentido a nuestra vida, el hombre pierde toda su orientacion y queda reducido a la ilusión superficial de lo pasajero. Lo mejor y más noble que hay en las personas es la transcendencia.: lo mejor que hay en el alma es aquello por lo que es imagen de su Creador. Ese algo “haber sido creados a imagen y semejanza del creador”, permanece siempre (cf. Trin. XIV, 2,4). El hombre mismo es el más formidable milagro: “Más grande que cualquier milagro que hace el hombre, es el hombre mismo” (Civ. Dei X, 12).

“Caminemos en la fe mientras dura nuestra peregrinación, hasta que lleguemos a la realidad en que le veremos cara a cara. Caminando en la fe, actuemos el bien” (S . 91, 9).

En la educación, por ello, “HA DE PROPONERSE LA ESPERANZA DE UNA VIDA FUTURA” (Cat. Rud. VII, 11).


V. EL EDUCANDO: CUALIDADES, Y ACTITUDES

La educación podemos considerarla como un proceso largo, un camino o un itinerario que se prolonga en la vida de cada educando como proceso evolutivo y progresivo con diferentes etapas que marcan los momentos fundamentales de esa tarea.

Lo peor que puede ocurrirle a un educador es tener que empujar y llevar a remolque a sus educandos, porque ellos carecen de interés y motivación suficiente para para caminar por sí mismos. La tarea educativa se hace difícil y es agotadora.

Hoy, por desgracia, buen número de los alumnos llegan a sus colegios por simple apremio externo, sin haber descubierto metas y objetivos suficientemente apasionantes que les lleven a implicarse en la parte que como educando les corresponde. A lo más metas parciales y genéricas, como alcanzar buenas calificaciones y ser un hombre o mujer de éxito el día de mañana. Por eso, la primera labor del educador habrá de ser inculcar desde los comienzos esa motivación e interés en sus educandos.

A la luz de San Agustín, exponemos a continuación, los acentos más determinantes de la educación centrándola en el educando.


V.1. PONTE EN CAMINO

San Agustín presenta la vida del bautizado en este mundo como un itinerario en el que somos peregrinos que caminamos hacia la Jerusalén celeste. Nos estimula de esta manera: “Has de estar insatisfecho de lo que eres si quieres llegar a lo que todavía no eres, pues donde te encontraste satisfecho, allí te detuviste. Cuando digas “Es suficiente”, entonces pereciste” (S. 169, 18).

“Ponte en camino”: esta es la primera consigna que el educando deberá apropiarse en el tema educativo.

En el proceso educativo el educando estará acompañado de personas que le van a orientar y acompañar, educadores estupendamente preparados, amigos que le quieran pero nadie podrá hacer el camino por él, nadie le podrá sustituir en su proceso de crecimiento... y lo que aún es más duro: nadie podrá obligarle a aprender. San Agustín dirá que “estudiante no es el que sabe sino el que desea saber” (Cf. Trin. X, 1,1).

Por otro lado, emprender un camino significa saber adónde quieres ir, porque así resultará más fácil todo el proceso y las dificultades serán más previsibles y alcanzables. Conocer las propias metas y apasionarse por ellas, también convertirá el camino en algo apasionante.

Podemos decir a nuestros educandos: “Tu educación es un camino y sólo te llevará a alguna parte, si tú mismo lo emprendes, atraído por las metas más hermosas”.

“Si caminas, si estás en tensión, si piensas en lo que ha de venir, olvida el pasado, no pongas tu mirada en él, para no estancarte en el lugar donde has puesto los ojos... Somos y no somos perfectos: perfectos caminantes pero no perfectos poseedores... ¿Qué significa caminar? Os respondo en pocas palabras: ‘Avanzar’” (S. 169,18).

V.2. DEBE ASUMIR EL PROTAGONISMO DE LA PROPIA EDUCACIÓN

“Dios te puso en la cara los ojos y en el alma la razón; despierta esta razón, despierta al que mora dentro de tus ojos, asómese a esas sus ventanas y mira por ellas la creación divina” (S. 126,3).

La vida de cada persona está en sus propias manos y nadie puede impedir que hagas de ella lo que tú deseas, ni los padres, ni los educadores... ni Dios mismo, quien siempre respeta la libertad de tus decisiones. San Agustín nos dice: “La fuente de la vida no está fuera de ti, sino dentro de ti mismo” (Io. Ev. Tr. 25,17).

Cada uno llevamos dentro de nosotros al propio Maestro Interior, la luz de la razón, inteligencia y conciencia, que nos permite discernir y evaluar la realidad, la verdad o falsedad, la bondad o la maldad de todo cuanto vemos y cuanto oímos. Y esto mismo nos capacita para tomar nuestras decisiones. “No son los ojos los que ven: alguien hay que ve por los ojos: levántale, despiértale” (S. 126,3). Ese “alguien” que hay en ti es el verdadero y decisivo conductor de tu vida. Si se duerme o está ausente, con maestros o sin maestros tu vida irá siempre mal. Porque “lo que enseñan los maestros desde fuera no son sino ayudas y amonestaciones” (Ep. Io. Tr. 3,3,13).


V.3. CONFÍA EN LOS DONES QUE DIOS HA DERRAMADO SOBRE TI.

Si todos hemos sido creados a “imagen y semejanza” de Dios y sobre cada uno de nosotros han sido puestas las semillas de las que habla San Agustín, tenemos que poner sumo cuidado en conocer y desarrollar esos dones. Sólo se puede conseguir si somos capaces de confiar no en nuestras propias fuerzas sino en esas que Dios ha puesto en mí. “En el hombre hay secretos ocultos para el mismo hombre en que están” (S. 2,3). Si tienes fe en Dios, has de tener la fe en el don de Dios que hay en ti. Porque Dios ha concedido a cada uno su propio don, su propia gracia, su propio secreto. Ten fe, pues, en tus propias posibilidades.

En efecto, Dios creo al ser humano a su imagen, y lleva dentro algo de la misma vida de Dios: inteligencia, creatividad y amor. Y esto capacita a cada uno para asemejarse realmente a Dios. Y, de hecho esa es la meta más elevada a la que puede aspirar, y San Agustín se atreve a decir que “¡Dios se hizo hombre, para que el hombre se hiciera Dios!” (S. 128,1).

Nunca olvides la parábola de los talentos y que Dios ha puesto en ti.

Debes, pues ELEVAR EL NIVEL DE TUS ASPIRACIONES hasta llegar a Dios porque “el deseo es el seno del corazón. Poseeremos a Dios si ensanchamos nuestro deseo cuanto podamos” (Io. Ev. Tr. 40,10)

V.4. SÉ CRÍTICO Y AMIGO DE LA BÚSQUEDA

Agustín es el símbolo de la persona que busca sin cesar hasta encontrar lo que su corazón entiende como la Verdad que le llena y satisface sus inquietudes. “Hice de mí mismo la gran cuestión, y me preguntaba a mí mismo” (Conf. IV, 4,9). Y “me dirigí a mí mismo para preguntarme: ¿Tú quién eres?” (Conf. X, 6,9).Lo hace, como vemos, a través de preguntarse incesantemente, hasta llegar a afirmar que “buscar es preguntar” (En. Ps. 144,13).

Las enseñanzas de profesores y educandos son prácticamente inútiles cuando ofrecen respuestas a preguntas que ningún alumno se plantea. En cambio, para aquellos educandos que buscan y se interrogan, las luces que encienden los maestros les ayudan a encontrar por sí mismos las respuestas. Y entonces ocurre algo formidable: “Encontrar –dice Agustín- es sinónimo de ‘engendrar’; es como si tú mismo hubieras dado a luz lo que has encontrado” (Trin. IX, 12,18): es algo tuyo que pasa a formar parte de tu propia vida.

No aceptes cuanto ves y oyes pasiva y superficialmente. Interrógate sobre el significado profundo de todo. Porque “el que busca diligentemente encontrará” (Cons. Ev. 3,13,49). Por eso, pregúntate a ti mismo; pregunta a los profesores; pregunta y busca en todos los sitios.

Sólo así, desde la humildad y la ‘ignorancia’ que pregunta hasta encontrar la Verdad, puedes ASPIRAR A SER DUEÑO DE TI MISMO, ANTES DE PRETENDER DOMINAR EL MUNDO. Dice Agustín: “¿Cómo conocer a los demás si uno se desconoce a sí mismo, siendo que no hay nada tan presente a sí mismo como uno mismo? Así sucede con los ojos del cuerpo, que conocen mejor los ojos ajenos que a los propios, y entonces mejor no afanarse en buscar, pues jamás se encontrara” (Trin. X, 3,5).


V.5. POR ESO DEBES BUSCAR TU PROPIA COMPRENSIÓN DE LO QUE TE ENSEÑAN LOS MAESTROS

En realidad sólo aprendes en la medida en que comprendes. Si no has comprendido lo que se te enseña, no has aprendido nada, aunque lo hayas grabado en tu memoria y tengas el mayor éxito en los exámenes. Todo cuanto de verdadero y bueno escuches de un maestro, no te pertenece mientras tú no lo interiorices, asimiles y hagas tuyo.

Por eso Agustín advierte: “¿Acaso pretenden los maestros que se conozcan y retengan sus pensamientos, y no la comprensión de las materias que, pretenden enseñar cuando hablan? Porque ¿qué padre hay tan neciamente curioso que envíe a su hijo a la escuela para que aprenda qué piensa el maestro? Una vez que los maestros han explicado las disciplinas, las leyes de la virtud y la sabiduría, entonces los discípulos juzgan por sí mismos si han dicho cosas verdaderas, examinando según sus fuerzas, aquella verdad interior. Entonces es cuando aprenden” (Mag, 14,45).


V.6. MÁS QUE “SABER MÁS”, DESEA “SER MEJOR”

Aprender a vivir es mucho más importante que aprender cosas sobre la vida.

“Muchos obrando el mal, estudian... con el fin de ser doctos, más bien que justos. Otros escudriñan los preceptos del Señor, no porque vivan ya rectamente, sino para saber cómo deben vivir” (En. Ps. 118, 12).

Llegar a saber mucho es importante. Pero por sí mismo no te evitará quizá ser un día despreciable. En tu proceso educativo tendrás oportunidad de aprender muchas cosas, pero lo esencial será aprender a ser mejor; en expresión de San Agustín “aprender a vivir sabiamente”. Y lo contrario de vivir sabiamente es vivir neciamente: a lo que sale, sin rumbo y sin metas definidas.


“¿Qué es carecer de la sabiduría..., sino vivir en la necedad?” (Beata v. IV, 29). “La sabiduría es la mesura del alma, por ser contraria a la necedad, y la necedad es pobreza, y la pobreza contraria a una vida plena y feliz” (Beata v. IV, 32).

Todos queremos ser felices pero es frecuente equivocar el camino, porque sólo es feliz quien vive los más altos valores de la honestidad, la nobleza de corazón , la solidaridad con los demás, la verdad, la justicia, el amor...


V.7. POR ESO BUSCA LA FELICDAD, ORIENTA TU VIDA

No te pares en lo superficial, en lo inmediata y camina hasta encontrar la Verdad.

No pierdas de vista la meta última de tu existencia, y reordena hacia ella todo cuanto haces. Agustín vivió dando muchos tumbos, hasta que encontró a Dios. Su vida, entonces, se trasformó y recordando su experiencia, pudo afirmar: “Yo solamente sé esto, Señor: que sin ti me va mal, y no sólo fuera de mí, sino también dentro de mí mismo; y que toda riqueza mía que no es mi Dios, es pobreza” (Conf. XIII, 8,9).

Sin la fe en Dios, tu vida queda descolgada de su origen y de su destino y encerrada en la más oscura prisión: partiste de la nada y caminas hacia la nada; tu vida entonces se reduce, afirma Agustín a “nacer, trabajar y morir”. Todo verdadero esfuerzo y ser mejor, se queda entonces sin motivación consistente. Y te sentirás fácilmente impulsado a inventarte alegrías igualmente superficiales y sin consistencia.

“¡Qué pena apegarse a las cosas porque son buenas, y no amar al Bien que las hace buenas... Y dicho Bien no se encuentra lejos de cada uno de nosotros: en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Trin. VIII, 3,5).

En cambio, con Dios se te abren los más bellos horizontes de libertad y tu alegría tendrá fundamentos sólidos:

- La alegría y gozo del que sabe que su vida tiene un sentido hermoso.
- La alegría de saber que nuestra vida tiene a Dios y su Amor como garantía y seguridad.
- La alegría del que sabe que su vida es una travesía hacia el inmenso Océano de la vida eterna.

Y, además, porque sólo así se puede CONQUISTAR Y CULTIVAR LA AUTÉNTICA LIBERTAD. Necesitas ser libre si quieres ser bueno y sólo desde el encuentro con quien es Libertad podrás caminar en ella.

Somos libres cuando somos dueños y señores del propio mundo interior de sentimientos, emociones y tendencias, en otras palabras cuando somos dueños de la propia voluntad.

San Agustín supo por experiencia personal lo que es vivir sin Dios, y en consecuencia sin libertad, y envuelto en la nada. Agustín define una etapa de su juventud cuando afirma: “El que camina en dirección contraria a Aquel que ES (Dios), camina hacia la nada” En. Ps. 38,22). En cambio, cuando lo encontró pudo afirmar:

“Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón seguirá inquieto mientras no te tenga a Ti” (Conf. I, 1,1). “Nadie hace feliz al hombre sino el que creó al hombre” (Ep. 155,2).


VI. LA FAMILIA: LA PRIMERA Y MÁS DECISIVA EDUCADORA

Entre las crisis más preocupantes de la sociedad en que vivimos esta la crisis familiar.

“ Si no perecí en el error, fue debido a las lagrimas cotidianas y llenas de fe de mi madre” (Perseo. 20,53).

[Seria importante que los encuentros entre educadores y padres fuesen mas frecuentes. Creo que son escasos en casi todos nuestros centros].

Más bien que en su teoría educativa, San Agustín ha dejado patente para la historia, su propia experiencia personal de lo que significó la influencia del hogar en el rumbo de su vida. San Agustín confesara gozosamente que la fe, que al fin abrazo, “la había mamado piadosamente mi tierno corazón con la leche de mi madre” (Conf. III, 4,8).

Se ha afirmado siempre que la familia es la primera escuela educativa. No tanto porque “enseñe” cosas, cuanto por el calor del hogar, que el niño experimenta desde los primeros días de su existencia. El niño se educa en proporción al amor estimulador y protector que le envuelve. Y queda gravemente vulnerado cuando le toca respirar un ambiente helado o tormentoso. Cuando la familia no educa, deseduca. El hogar ha de ser la base y fundamento de la sociedad:

“La familia ha de ser el principio y base de la sociedad. Y como todo principio hace referencia a un fin en su género, se desprende, evidentemente, que la paz de la casa se ordena a la paz ciudadana, es decir, que la bien ordenada concordia de quienes conviven juntos en el mandar y en el obedecer, mira a la bien ordenada concordia de los ciudadanos en el mandar y obedecer” (Civ. Dei XIX, 16).

Los padres pueden encontrar en los educadores del colegio unos colaboradores necesarios para la educación de sus hijos, pero nunca sus sustitutos. El hogar es el clima natural en el que cada uno de sus integrantes necesita y espera respirar el aire oxigenado y refrescante del afecto, la acogida, la confianza y la seguridad. Y por ello, cualquier gesto de amor o de rechazo, de aprecio o menosprecio, de alegría o de conflicto, marcan profundamente para todo su futuro, sobre todo a niños y adolescentes, de manera casi irreversible.

La mentalidad hoy, muy generalizada en padres de familia, de que están pagando a otros la educación de sus hijos y, en consecuencia, ellos pueden quedar libres de esta responsabilidad, es uno de los fallos más graves que sufre hoy la educación:

“Entre tanta diversidad de costumbres y tan detestable corrupción, gobernad vuestras casas, dirigid a vuestros hijos, regid vuestras familias. Como yo debo hacerlo en la iglesia, a vosotros os pertenece conducir vuestras casas para que rindáis buenas cuentas de aquellos que os ha sido encomendados. Dios ama la educación” (En. Ps. 50, 24).


VII. MOTIVACION E INTERÉS

Saber motivar y despertar interés en los alumnos, tanto por su formación y educación en general como por cada uno de los temas o materias de la enseñanza, es un presupuesto fundamental de la buena educación. Esta motivación e interés es misión, sin duda, de cada educador.

El proceso educativo implica el compromiso, tanto del educador como del educando, y los fallos de uno u otro pueden frustrarlo igualmente.