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Día 5 Clausura

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Palabras de Prior Provincial

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Documentos Para la Asamblea:

Horario del Encuentro

Evaluación del Proyecto de 2007-2010

Anteproyecto para Bogotá

Cambios en los Estatutos

Comentarios o Preguntas email:

XVII Asamblea de OALA
Bogotá
Juntos Haciendo Historia... Juntos Buscando Caminos

Palabras del nuevo Secretario-General, Victor Lozano, en la Misa de Clausura

Queridos hermanos en San Agustín, queridos hermanos en Cristo:

He asumido esta tarea de Secretario General de la OALA con temor y temblor.  Discúlpenme si me negué a recibir felicitaciones y parabienes.  Entenderán que no es un plato de gusto. Lo acepto con humildad, como el deber de un obrero del Señor. Mi temor proviene de saber que este cargo  trae anexa una inmensa responsabilidad y no sé si sabré responder a sus expectativas. Ustedes me eligieron aún sabiendo que no tengo las cualidades que expresaron abiertamente para este cargo.  Si hay algún rincón donde anide gozo, será  porque apuntala mi deseo de ser mejor agustino y de servir cumpliendo la voluntad de Dios. Sé que no me faltará su gracia (lo decía nuestro Padre:      “Señor, dame lo que pides y pídeme lo que quieras”); ni tampoco me faltará las oración de ustedes, mis hermanos, tanto para mi como para todo el equipo directivo.

La OALA es ya una instancia imprescindible en América Latina. Está cosechando sus mejores frutos y logros en los terrenos de la animación y la coordinación, eso es innegable, aunque es necesario seguir dando pasos mayores, asumiendo proyectos comunes, como el actual de Cuba, uniendo circunscripciones y aprovechando todas las sinergias que nos brinda la unidad. Pero me preocupa sobre todo su misión crítica y profética. Misión crítica que se concreta en ese presentir las grandes corrientes sociales del mundo actual con espíritu profético para posibilitar a la Orden un mejor servicio, adaptándose a los cambios, tan drásticos e irreversibles. Misión critica que denuncia aquello que nos impide ser  fieles al proyecto de Jesús y su vocación liberadora, y a las exigencias de su Iglesia en el hoy de la historia.

La OALA surgió en los años del postconcilio respirando el aire fresco que entró en la Iglesia. Eran tiempos de dictaduras y denuncias en contextos de exclusión, pobreza y analfabetismo; tiempos de confrontación ideológica este-oeste. Han pasado 40 años, hemos cambiado de siglo, de mile-nio, de época y tenemos que responder a nuevos retos y de manera diferente, como nos dijo Mons. Córdova al recibirnos, retos que señaló el P. General también al comienzo de esta         Asamblea.  

El Proyecto Hipona, entre otros aspectos, nos puso ojos críticos contra la corriente individualista que predomina, y que tiene su expresión entre nosotros en el  provincialismo miope que existía     y que gracias a Dios poco a poco vamos superando. Pero yendo a la raíz, es preciso reconocer que nos falta la conversión del corazón que exige la verdadera profecía. El hecho de ser pocos, es decir, el hecho de no ser fecundos, en muchas circunscripciones, nuestros apostolados, puede ser la denuncia más explicita de nuestra falta de autenticidad y radicalidad en la vivencia del Evangelio.

Nuestra Iglesia, la gente sencilla del pueblo creyente latinoamericano sufre y anda perpleja. La Iglesia tiene abiertos enormes desafíos, auténticos cuellos de botella. El pueblo creyente espera de nosotros una palabra de esperanza, un gesto de esperanza. Donde no hay esperanza se quiebra la vida. Nosotros somos la avanzada de esa Iglesia y se nos pide ser osados y creativos, arriesgar, estudiar y dar respuestas a las angustias de nuestro mundo. Tenemos que ser lo que somos: por encima de todo, fraternidad, religiosos unidos por Jesús para vivir con un alma sola y un solo corazón. Porque no vivimos juntos para simbolizar el amor, sino para vivirlo. La vida consagrada no es ni un ministerio, ni un trabajo, ni un apostolado: es un estilo, una forma de vivir. Y no hemos sido llamados para hacer algo, sino para ser algo, para ser testigos proféticos en el mundo, adoptando una vida que imita a Jesús y lógicamente, y como consecuencia,  llamados también a ser obreros en su mies.

El carisma agustiniano –lo sabemos- se resume básicamente en el amor a Dios sin condiciones, que une las almas y los corazones de los hermanos en convivencia comunitaria. Amor que se difunde hacia todos los hombres, para unirlos en Cristo dentro de su Iglesia. Nuestras crisis, o nuestra poca significatividad, radica en que hemos olvidado tal vez que nuestra vida religiosa es utopía, es sueño y fantasía, es contracultura, es frontera y periferia, es servicio humilde y desinteresado. Es una parábola de comunión. Por eso, no podemos instalarnos, no podemos aburguesarnos, no podemos ser pasto de la mediocridad. Perdemos todo el sentido. Profesamos seguir las huellas calientes de Jesús.  De ese Jesús que nos une y nos hermana y que hace que toda su vida sea  una escuela de aprendizaje para nosotros. Así, cuando lavaba los pies de sus apóstoles sabemos perfectamente el mensaje: ve y haz tú no mismo.  Cuando maldijo la higuera sin frutos sabemos qué nos está diciendo. Cuando nace en un pesebre y convoca a los pastores nos pone delante referentes muy concretos. Cuando quebranta una ley sin alma nos está diciendo que siempre debemos poner como centro de todo el amor.

Me deja perplejo cuando un día llega al Jordán, donde Juan bautizaba, y se pone en la cola de los pecadores. Pecadores públicos, nada menos. Juan se niega a bautizarle. Normal. Yo que soy un pecador me pongo siempre en la cola de los buenos, de los que no rompen un plato, ni matan una mosca, y veo a Jesús en la cola de los pecadores. Me desconcierta. Con razón decía Pablo que “se hizo pecado por nosotros”. Pero ese día supimos cuál era el código genético de Jesús, cuál era el ADN de ese hombre. El cielo se abrió y se escuchó la voz del Padre: “este es mi Hijo muy amado, escúchenlo, escúchenlo”. Pero no quiero desviarme del tema. 

Creo que debemos simplificar más nuestra vida. Por tanto, vuelta a la desnudez, la desnudez de Belén, la desnudez del Gólgota, la desnudez de la Pascua, para ofrecer nuevamente la frescura transparente del Evangelio sin componendas. La desnudez espiritual nos llevará a una radicalización de opciones, y todo porque creemos que el Bautismo es cosa seria y que implica la totalidad del ser, que es posible morir y renacer realmente en Cristo.

Jesús resucitado nos invita a volver al primer amor, a esa bendita ignorancia del primer paso, la primera seducción. Volver a lo sencillo y a lo profundo. Ser libres para adorar simplemente en espíritu y en verdad. Todo esto nos plantea la exigencia fundamental de toda vida consagrada: la contemplación y no sólo la acción. La raíz de toda vida religiosa es mística. Si lo que nos anima no es una experiencia real del Señor, todo lo demás estará en el aire. El terreno privilegiado de este testimonio y esta vuelta a Jesús, es la vida comunitaria en fraternidad.

Estamos viviendo tiempos duros, tiempos difíciles para la Fe, para la Orden para la Iglesia. Son tiempos de tempestad y de intemperie, como decía un autor, pero por eso también tiempo de Cristo. No resistirán las casas - los Proyectos-  construidas sobre arena, sino los anclados en la roca de Cristo arquitecto. “Si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles”. Es tiempo para inspirados y no para funcionarios; para místicos, para los que inauguran sin saberlo una nueva manera de ser Iglesia, como les ha pasado a todos los grandes fundadores. Para América Latina, la vida agustiniana ha de ser el aliento de Dios frente al sector oprimido, ha de dignificar con su presencia, ha de ser la mano de Dios que está presente, que anima, que da esperanza a los pobres de nuestro continente.

Hermanos, somos hijos del Águila de Hipona, águila porque vuela alto, águila porque mira lejos. Somos herederos de los santos y misioneros que hicieron la primera siembra de fe en nuestro continente. Hombres coherentes que respondieron a los retos y desafíos de la sociedad de entonces. Lo vimos ayer en la historia de estudios que nos relató el P. Villamizar;  en la historia humana y misionera que nos narró el P. Argiro. En ese templo esplendoroso rescatado del pasado  para recordarnos qué talla pueden llegar a tener los agustinos cuando se encuentran habitados por el celo misionero de Cristo y su Evangelio. Vaya desde aquí, mi felicitación y mi agradecimiento por esa lección integral que nos da la Provincia de Colombia, lección de fecundidad, de audacia y sin duda, de futuro. Que el Señor les siga bendiciendo.

La sociedad postmoderna que aniquila valores, que controla desde el poder todo intento liberador y quema incienso a los ídolos de barro, debe toparse con la palabra y la presencia de un agustino que marque una pauta crítica y profética por todos los medios que hoy disponemos. Debemos salir de los despachos y las oficinas y arriesgarnos con nuevos areópagos.  Debe toparse con un hombre lúcido,  respaldado por una comunidad agustiniana que escribe con su vida una parábola de comunión frente a la exclusión y la asimetría social.  Un hombre estudioso y crítico que da respuestas con la vida y la palabra a los problemas y las angustias de los hombres de hoy. Podemos, si queremos, ser significativos; podemos si queremos, vivir tiempos agustinianos. Tenemos lo que el mundo anhela. Nos falta dejar de ser ambivalentes y vivirlos radicalmente.

Estoy con el P. Roberto cuando dice que tenemos que conocer nuestro pasado para proyectarnos con identidad hacia el futuro. Y con el P. Gregorio cuando afirma que debemos volver a las fuentes para no dar pasos en falso. En la historia del beato japonés Tomas de San Agustín, Kintsuba, salen esos intrépidos misioneros agustinos mejicanos y castellanos que en frágiles embarcaciones cruzaban el Pacifico hasta Filipinas, y no contentos, se iban hasta el Japón escribiendo una historia de audacia de la que hoy carecemos. (No obstante, un recuerdo especial y una oración para los hermanos Osvaldo de la R. Dominicana y Luís de México, fallecidos en este periodo, con las botas puestas como los valientes. Y un agradecimiento a los que dejan la directiva: PP. Juan Alberto, Juan Lydon y otros).

Que el Señor nos ilumine a todos para discernir el camino que nos lleve a ser significativos, a redi-mensionar  la triple misión que como OALA nos hemos marcado.  Que nuestra Señora de la Gracia nos acompañe en este caminar  por los senderos multiculturales de nuestra  América Latina, en comunidad y tras las huellas de su Hijo. Así sea.