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Los Desafíos de la Orden en AL
Miguel Angel Orcasitas

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Logotipos de los Encuentros


 

 

 

Los Desafíos de la Orden en América Latina
Miguel Angel Orcasitas, OSA
Caminando Unidos para que Nuestros Pueblos
Tengan Vida en Cristo


Proyecto HIPONA

 

Los desafíos actuales en América Latina para la espiritualidad agustiniana (Conocoto y ahora)

Miguel Ángel Orcasitas, agustino

Buenos Aires, 13 Junio 2007

 

1.- Contexto eclesial

Las conferencias de obispos de América Latina han significado momentos de extraordinaria trascendencia en la vida de la iglesia latinoamericana, con repercusión evidente en la Iglesia universal.

Del 13 al 31 de mayo ha tenido lugar en Aparecida, Brasil, la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, convocada con el siguiente lema:

“Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida. –Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6)”

Los frutos de este encuentro se producirán en la medida en que lleguen a conocimiento de toda la Iglesia y se hagan vida las recomendaciones y opciones fruto de la reflexión y oración de los pastores. Consciente de su responsabilidad eclesial, la Orden no puede quedar al margen del latido de la Iglesia, particularmente intenso en estos días.

Sabemos por experiencia que las conferencias del episcopado latinoamericano han tenido una grandísima importancia para la orientación global de esta Iglesia. Más aún, sus conclusiones han tenido tanta repercusión en la reflexión teológica y en la práctica pastoral del continente que el eco de sus documentos ha llegado a toda la Iglesia.

 

1.1. Vaticano II y conferencias del Episcopado Latinoamericano y del Caribe

De todos los encuentros celebrados por el episcopado latinoamericano, los de Medellín (en 1968) y Puebla (en 1979) tuvieron particular trascendencia, porque constituyeron la aplicación de la renovación conciliar a la vida de la Iglesia en América Latina. La vida religiosa fue, probablemente, el sector de la Iglesia que acogió con mayor decisión los nuevos planteamientos[1]. La Orden vivió, en pequeña escala, un fenómeno similar con la renovación de las Constituciones en el capítulo general extraordinario de 1968, y el Documento de Dublín, elaborado por el primer capítulo general intermedio, nacido de la reforma constitucional, en 1974. Fueron momentos de gran riqueza espiritual, de apertura de horizontes, de mirada esperanzada a un futuro renovado prometedor.

Si el proceso renovador del Concilio tuvo características propias, más dinámicas, en América Latina (efecto terremoto, considera Raquel Saravia), fue debido, en buena parte, a la existencia de un episcopado particularmente sensible a la realidad social y eclesial del continente. También porque la Iglesia, y singularmente la vida religiosa dentro de ella, desempeñaba en el continente un papel que ya no jugaba en otros contextos sociales, como el mundo económicamente más desarrollado. La Iglesia latinoamericana era muy consciente de los problemas de pobreza e injusticia estructural, en cuya transformación estaban implicados muchos agentes pastorales en diversos niveles. Algo diferente a lo sucedido en otras épocas en Europa o países más desarrollados, donde la Iglesia, enfrentada con el Iluminismo, había perdido a la burguesía en los comienzos de la revolución liberal, y perdió masivamente a los obreros en las luchas de clases alentadas por el nacimiento del marxismo.

La Iglesia de América Latina conoció también una larga confrontación con los movimientos liberales en el s. XIX, por el hostigamiento de que fue objeto, como ya había sucedido en Europa. Sin embargo, ha estado mucho más alerta ante la llegada tardía de los enfrentamientos de clases y de las reivindicaciones de los oprimidos, mostrándose muy cercana a los problemas de la gente. La conciencia social de la Iglesia en América Latina la ha convertido en el gran baluarte de la defensa de los derechos humanos tanto global como individualmente. “La Iglesia es la casa de los pobres”, oímos decir al cardenal Arms en nuestro capítulo general intermedio de Brasil de 1992. Es como si la experiencia de otras latitudes hubiera servido de aviso a los obispos y agentes pastorales de América Latina, para no repetir algunos errores históricos. Por eso esta Iglesia latinoamericana ha tenido otros horizontes pastorales y hasta otro lenguaje. Algo que he podido constatar en una reciente intervención del cardenal Rodríguez. Madariaga en la última semana nacional de la vida consagrada celebrada en Madrid.

En la toma de posiciones y señalación de estrategias pastorales ha sido fundamental la existencia del CELAM, creado en 1955, en Río de Janeiro, pues ayudó a moldear, ya durante el Concilio mismo, la fisonomía de una identidad eclesial latinoamericana propia, aunque entendida siempre en el seno de la comunión eclesial y al servicio de la misma. También la CLAR ha desempeñado un papel dinamizador, siguiendo el paso de esta Iglesia renovadora y comprometida, aunque su enfrentamiento con la Santa Sede produjo un bloqueo y esterilidad poco alentadoras.

La Iglesia latinoamericana ha sido, en efecto, muy sensible frente a los problemas económicos y sociales que aquejaban al continente. En su magisterio está continuamente presente la apelación a la conciencia cristiana que debe comprometerse frente a la pobreza e injusticia estructurales. No deja de ser llamativo que esa situación tan arraigada de desigualdad e injusticia haya hecho presa en un continente que es muy mayoritariamente católico. ¿Es que la evangelización no había tocado a las raíces de la sociedad, ni ha actuado como fermento social, quedándose sólo en la superficie?

En este proceso, los obispos latinoamericanos no estaban solos, pues también el Papa Pablo VI ha enfatizado que no hay verdadera evangelización sin promoción humana[2]. La religiosidad es mucho más que un sentimiento superficial y afectivo. Debe implicar la realidad social de cada día.

Medellín y Puebla aportaron la gran novedad de dejarse interpelar muy fuertemente por los signos de los tiempos, tan diferentes en el continente latinoamericano. Sus conclusiones han confirmado un estilo de ser iglesia más inculturado y más responsable socialmente. El influjo de alguna de sus opciones ha trascendido el área cultural del continente, influyendo en la teología católica en su conjunto, sobre todo con sus opciones preferenciales por pobres y jóvenes.

Desde Medellín o Puebla la Iglesia ha seguido su camino, quizás no siempre a gusto de todos, o no siempre en la línea más avanzada, representada por alguno de sus protagonistas más destacados. Como en el caso del Concilio, estos encuentros del episcopado fueron para algunos punto de llegada, mientras que para otros eran sólo punto de partida de una Iglesia que habría de estar impulsada por un nuevo dinamismo.

Las décadas transcurridas han permitido que algunos aspectos más radicales fueran decantados por la experiencia y que las corrientes teológicas continentales se purificaran de elementos espurios, ajenos probablemente al Evangelio, como en el caso de algunos análisis sociológicos inspirados en el marxismo, que pretendían orientar la acción de la Iglesia sin considerar la dimensión trascendente de su mensaje. Otros factores, en cambio, se han consolidado, adquiriendo carta de naturaleza en la teología y en la praxis pastoral.

El Papa Benedicto XVI, atento al paso de la sociedad, hace balance de las circunstancias que han cambiado desde la IV y última conferencia del episcopado latinoamericano, celebrada en Sto. Domingo. Resalta el fenómeno de la globalización, con el riesgo de los monopolios y el lucro a cualquier precio, el resurgir de formas autoritarias de gobierno, “sujetas a ciertas ideologías que se creían superadas, y que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad”, la necesidad de que la economía liberal tenga en cuenta la equidad, pues sigue aumentando la pobreza, “cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudoreligiosas.

No es sordo el Papa al clamor del pueblo, sino que conoce y enumera los problemas, manifestando la necesidad de afrontarlos. También en una reciente reunión del cardenal Bertone, secretario de Estado, con los nuncios de América Latina, celebrada en Roma el 23 de febrero de 2007 para preparar la V conferencia del episcopado, presenta a los nuncios un descarnado elenco de las situaciones y problemas que afligen a muchas naciones del continente: violencia, narcotráfico, desigualdades, desempleo, economía informal, deterioro de la educación, falta de democracia representativa y avance del proselitismo de las sectas. 

El Papa conoce, pues, los problemas, pero los afronta, en primer lugar, desde una dimensión espiritual. Decía en la apertura de la conferencia de Aparecida: “Ante la nueva encrucijada, los fieles esperan de esta V Conferencia una renovación y revitalización de su fe en Cristo, nuestro único Maestro y Salvador, que nos ha revelado la experiencia única del Amor infinito de Dios Padre a los hombres”.

 

1.2. La V Conferencia del Episcopado en Aparecida

Como Orden, debemos situarnos en este contexto eclesial y social y en esta perspectiva, para responder a los desafíos que nos presenta la sociedad y la Iglesia de nuestros días. No somos islas, sino parte activa y viva de la Iglesia, que debe actuar responsablemente en este concreto contexto histórico.

Una importante conclusión de nuestro encuentro Hipona debería ser la voluntad clara de la Orden de prestar oído atento a la voz de los pastores pronunciada en estos encuentros pastorales. Por ello, es deseable que el documento conclusivo de Aparecida sea estudiado detenidamente en las circunscripciones de la Orden, con ánimo de poner en práctica las orientaciones que los obispos ofrecen hoy a los agentes pastorales y a los fieles en América Latina.

 

2.- La Orden en América

Después de esta referencia al contexto eclesial y social, es momento de referirme a nuestra Orden en América Latina. Permitidme, en primer lugar, una mirada rápida a los primeros pasos de la historia de la Orden en América, para extraer de ella algunas lecciones.

 

2.1. Primeros pasos históricos

La revisión crítica de la primera evangelización, acentuada con ocasión de su quinto centenario, ha podido ocultar algunos aspectos no sólo salvables, sino claramente encomiables. Creo que como Iglesia no debemos dejarnos manipular por quienes han querido y quieren denigrar la labor evangelizadora y cultural de la Iglesia, movidos por intereses políticos.

El primer factor subrayable del encuentro de culturas que se produjo con el descubrimiento de América es la centralidad de la evangelización. Hoy podrán sorprendernos algunos métodos, pero está por encima de toda duda razonable el celo por las almas de los evangelizados y por su salvación eterna. Una realidad sólo comprensible, aunque no necesariamente disculpable, desde el contexto teológico y político de sus protagonistas.

Cualquier curioso de la historia puede comprobar que el devenir del mundo y su progreso se ha tejido con los hilos de incontables invasiones y colonizaciones en todos los continentes. Nuestra sensibilidad actual no puede justificarlas y las rechaza cuando se producen aún en nuestros días, a pesar de décadas de democracia y reconocimiento de derechos humanos. Estas colonizaciones han destruido o minusvalorado el patrimonio sociocultural autóctono de incontables civilizaciones, pero los pueblos han sido enriquecidos también con nuevos valores y frecuentemente han dado lugar a un fecundo mestizaje humano y cultural, que ha determinado el progreso de los pueblos y de las culturas.

Como toda obra humana, también la acción apostólica de la Orden ha incurrido en errores, vista desde una perspectiva actual. Pero el impulso evangelizador de nuestra Orden en América en el s. XVI, a partir de su llegada en 1533 ofrece un panorama de más luces que sombras. Los deslices son normalmente fruto de la mentalidad de la época y de la formación de los misioneros, por lo que hay que saber enjuiciarlos desde su realidad histórica, sin caer en absurdos anacronismos.

Tanto el emperador Carlos V, como el rey Felipe II, o el prior general de la Orden Seripando, o los provinciales responsables, entre ellos Sto. Tomás de Villanueva, coincidieron en realizar una cuidada selección de los misioneros, para que su vida fuera el primer testimonio de la evangelización. En las cartas cruzadas entre el emperador y el rey con Seripando y entre éste y los provinciales de la Orden en España todos coinciden en pedir el envío de religiosos que fueran “santos, sabios y que desearan ir voluntariamente a América”.

Nuestros primeros misioneros en América cumplían con esas características. Se trataba de religiosos intachables y santos, crecidos en una vida religiosa reformada, movidos por un celo apostólico ejemplar. No en vano está introducida la causa de beatificación de varios entre nuestros primeros misioneros (Luís López de Solís, Agustín de Coruña, Juan Bautista Moya, Diego Ortiz… También S. Alonso de Orozco quiso venir a América, pero hubo de regresar desde Canarias, por enfermedad).

Aquellos hermanos nuestros supieron estar cerca de los indígenas, aprendieron sus lenguas, que utilizaron para predicarles y enseñarles la fe, tuvieron más respeto que otros evangelizadores por su modo de vivir y organizarse. Es significativo que nuestra Orden fuera pionera en la admisión de candidatos nacidos en América. Más aún, que algún destacado miembro de la Orden, como Luís López de Solís, fundara un seminario para indígenas, por entender que una auténtica evangelización requería la incorporación como evangelizadores de ministros surgidos del propio pueblo y cultura.

 

2.2. El celo misionero en el dinamismo de la Orden

Mirando al primer siglo de evangelización de la Orden en América, es fácil extraer como lección la trascendencia que revistió el celo misionero como estímulo para la vida de la Orden, para su proyección pastoral y para su renovación interior. El dinamismo fue tan extraordinario que la Orden creció en América en número de miembros y extensión geográfica con una sorprendente rapidez. El mandato de Cristo "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará" (Mc 16,15) ha encontrado siempre eco en los consagrados cuando estos han vivido abiertos al Espíritu y a sus inspiraciones. La pérdida de este importante factor ha significado un aplanamiento del vigor espiritual, que estuvo tan presente en los inicios jurídicos de la Orden y en la aventura evangelizadora de América. Pasado el primer impulso misionero, las provincias americanas de la Orden perdieron ese dinamismo, viviendo muy cerradas en su propia realidad y privándose, en consecuencia, de este elemento pastoral dinamizador de la vida cristiana y religiosa.

El crecimiento de la Orden en los s. XVI a XVIII fue muy grande numéricamente, pero no lo fue tanto en santidad comunitaria ni en aliento espiritual. Un problema de crecimiento y decadencia que afectó también a otras partes de la Orden y a otras órdenes religiosas.

 

2.3. La crisis del s. XIX

Los procesos independentistas del s. XIX y los regímenes liberales, con su política de desamortizaciones, exclaustraciones y supresiones, colocaron a la Iglesia y a la Orden en una situación de gran fragilidad. Quedaron poquísimos religiosos y se resintió la disciplina y el espíritu religioso, instalándose en la mediocridad.

Algunos religiosos supervivientes, más sensibles e interesados por el futuro de la Orden, pidieron ayuda al resto de la Orden, pero no la lograron hasta que se restableció el régimen ordinario dentro del sector español (que fue el que más pudo crecer, a pesar de la oposición de los liberales, gracias al respeto del gobierno por la provincia misionera de Filipinas).

Toda la Orden en su conjunto quedó muy reducida en el s. XIX a causa de las limitaciones impuestas por los regímenes políticos en toda Europa y América, que eran el solar fundamental de la Orden, salvo la excepción de Filipinas. Las provincias americanas quedaron limitadas a pequeños grupos autóctonos muy débiles, que arrastraban una vida lánguida.

Entre las sombras de la Orden en América no se puede ocultar la existencia de partidismos internos, muy fuertes casi desde el principio. La lucha por el poder ha sido durante siglos una auténtica lacra de la vida religiosa, que atenta contra la fraternidad y que denota situaciones viciosas al interno de las instituciones.

Llegó más tarde el tiempo de la presencia europea creciente en América Latina. Durante decenios fue escasa o nula la promoción vocacional en la mayor parte de las regiones. Una muestra de ello es que a la hora de convocar el encuentro de Conocoto, sólo cuatro superiores de circunscripciones eran nativos del continente. La Orden sufrió además un proceso de parroquialización, con comunidades muy pequeñas, su actividad muy centrada en el ministerio parroquial o la sacramentalización, en iglesias generalmente bien atendidas y apreciadas, pero con poca vida comunitaria. América se caracterizó como terreno de misión de Europa y luego de Estados Unidos. Se inició también la aceptación de algunos territorios estrictamente misionales.

La idea de Iglesia misionera, como desafío pastoral para la iglesia latinoamericana, ha comenzado a adquirir creciente importancia con el papa Juan Pablo II a partir de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano. Ahora, en la quinta edición, este principio ha ocupado un lugar central, al presentar esta dimensión eclesial como objetivo prioritario para la Iglesia de nuestros días en el continente. Lo refleja así el lema mismo de la Conferencia:

Por el encuentro con Jesucristo, discípulos y misioneros

en la comunión de la Iglesia Católica, al inicio del tercer milenio,

para que nuestros pueblos tengan vida

El cardenal Rodríguez Madariaga afirmaba en una rueda de prensa, con motivo de la V Conferencia del episcopado, como esencial para la Iglesia latinoamericana: «El ser misionero es algo sustancial en los discípulos. Los bautizados necesitamos un espíritu misionero más vivo, más creativo, más activo, con nuevos bríos. Hay que renovar la misión». Expresión de este objetivo es haber fijado como meta una gran misión de la Iglesia en América Latina, en la que debería participar activamente nuestra Orden.

 

3.- La historia reciente y el proceso Hipona.

Nuestro encuentro cierra un largo ciclo en el que toda la Orden en América Latina ha tenido la oportunidad de vibrar al unísono.

El proyecto Hipona es fruto de la reunión de los superiores mayores implicados en América Latina, celebrado en Conocoto de 1993. Aquel encuentro fue vivido como un momento del Espíritu, que hizo tomar conciencia de la situación de la Orden en América Latina -sus luces y sus sombras-, de las orientaciones pastorales de la Iglesia, particularmente aquellas derivadas de las Conferencias del Episcopado Latinoamericano y de la necesidad de revisar la presencia y acción pastoral de la Orden, en conformidad con las claras orientaciones de la Iglesia y las exigencias de un futuro mejor para la Orden en el continente.

La reunión de Conocoto nació gracias a la confluencia de varias circunstancias favorables:

 

3.1. El Capítulo general de 1989 y el 500 aniversario de la evangelización de América

Punto de partida de la reunión de Conocoto fue la recomendación del capítulo general ordinario de 1989 de que el V centenario de la evangelización de América diera lugar a celebraciones o actos conmemorativos dentro de la Orden. No hay que olvidar que la Orden había sido una de las grandes evangelizadoras de América, y que fue pionera en el trabajo evangelizador, desde su llegada al puerto de Veracruz en 1533.

La Iglesia se preparaba para celebrar la IV conferencia de Obispos de América Latina en Santo Domingo y, dado el protagonismo e importancia de las anteriores reuniones del episcopado en la aplicación del concilio y en la renovación de la acción pastoral, parecía conveniente prestar una particular atención a la voz de los pastores que iba a salir de este nuevo encuentro. Por este motivo se optó por esperar a su conclusión para realizar el encuentro de Conocoto, y no se dedicó el capítulo general intermedio, convocado en Brasil, para esta reflexión. Además, el capítulo intermedio afecta a toda la Orden, por lo que no pareció oportuno al consejo general dedicar sus sesiones en exclusiva a la reflexión sobre aspectos, sin duda importantes, pero que afectaban sólo a una parte de la misma.

 

3.2. La Orden en América Latina

Al margen de este evento eclesial, la situación de la Orden en América Latina estaba exigiendo una reflexión seria sobre las líneas pastorales y sobre el futuro mismo de la Orden en el continente.

El problema principal detectado era un contraste muy grande en los planteamientos teológicos y pastorales predominantes en las diferentes circunscripciones, llegando a ser contrapuestos y hasta incompatibles, incluso dentro de un mismo país. Esta contraposición ideológica y pastoral se hizo particularmente patente en el intento por crear una nueva provincia en Brasil, con los religiosos de las cuatro circunscripciones implicadas en el país, a partir del capítulo general intermedio celebrado en México el año 1980. Había puesto mucho empeño en esta iniciativa del entonces padre general Theodore Tack, pero no fue posible llevarla a efecto, por la incompatibilidad de planteamientos entre los miembros de las circunscripciones implicadas en el proyecto.

Aquella realidad conflictiva, que tuve oportunidad de conocer -creo que a fondo- en primera persona, era buen reflejo de la situación de la Orden en el continente y de los impedimentos que bloqueaban su desarrollo. La radiografía salida del estudio sociológico que sirvió de base al encuentro de Conocoto permitió un acercamiento analítico y un diagnóstico de la situación.

Algún punto me parece particularmente significativo:

- En América latina parecía haber más de una Orden de San Agustín. En ese contexto resultaba enormemente difícil realizar proyectos de colaboración y parecía comprometido el futuro de la Orden en el continente. La proporción de religiosos que vivían en América Latina era alta (más de un cuarto de la orden), pero era preocupante la escasez de vocaciones autóctonas, la escasa o nula promoción vocacional en los últimos decenios, ciertamente muy lejana a las posibilidades y expectativas. América era un campo abierto a la evangelización y los religiosos existentes se empeñaban en ello con seriedad. Pero las provincias extranjeras con presencia en el continente no habían contribuido demasiado a dar un rostro latinoamericano a la Orden. Esta carencia ha constituido un error muy grave, tanto desde el punto de vista eclesial como de la Orden, aunque en nuestro descargo hay que decir que no ha sido un error exclusivamente nuestro. La existencia de gran número de misioneros en las provincias de origen no permitió percibir la necesidad de fomentar vocaciones en los lugares de misión. Consecuencia de esa falta de política vocacional ha sido la dependencia de otras iglesias que se da en muchas regiones del continente y el alto número de obispos y sacerdotes extranjeros.

- Más significativa era la divergencia en los planteamientos teológicos y pastorales. Medellín y Puebla, con lo que significaban como opciones de la Iglesia en el continente, eran aparentemente poco conocidos para buena parte de la Orden, en fuerte contraste con otros sectores minoritarios, que se manifestaban más sensibles con la conciencia social y las opciones pastorales de la Iglesia, aunque quizás extremadas en algún caso, en perjuicio de otros valores irrenunciables de la vida religiosa.

- Las divergencias sobre el modo de entender la proyección de la vida religiosa tenía reflejo en los estilos de vida, en las obras apostólicas, en la formación, en las opciones y prioridades pastorales. El Concilio por una parte y las opciones pastorales de la Iglesia Latinoamericana por otra, habían servido como detonantes para evidenciar y profundizar esas diferencias. Con frecuencia algunas comunidades agustinianas estaban más próximas a los planteamientos de otras órdenes residentes en el mismo territorio, que a los co-hermanos de otras circunscripciones.

- El intento fallido de formar una provincia brasileña en 1981 fue fiel reflejo de esa situación, pero las conclusiones podían extenderse a otras zonas del continente donde aparentemente cualquier colaboración dentro de la Orden resultaba imposible, no obstante comprender todos la conveniencia práctica de trabajar juntos para el logro de algunos objetivos que consolidaran la presencia de la Orden y le abrieran a un futuro mejor.

A estos elementos bloqueadores de su dinamismo había que añadir otros factores que aconsejaban implicar a la Orden en una reflexión en profundidad.

Por una parte estaba la potencialidad de América Latina, que demostraba tener una Iglesia con extraordinaria vitalidad, en la que la Orden no había hecho propias muchas de sus virtualidades. Vale la pena recordar como Santo Tomás de Villanueva tuvo una intuición, desde su responsabilidad de provincial, sobre la potencialidad futura de los nuevos territorios para la Iglesia. Procedía hacer propio este planteamiento.

En una Orden internacional era imperativo intensificar la presencia en lugares donde existe una mayor virtualidad y posibilidades, sobre todo teniendo en cuenta la crisis creciente de la Iglesia y de la Orden en Europa, por efecto del secularismo en aumento.

La Orden necesitaba otros horizontes para lograr una auténtica renovación en América latina. Ese horizonte podía sólo ofrecerlo la mirada de todos en una misma dirección, ya que al mirarse unos a otros desde la sospecha y el recelo no había hecho sino subrayar y aumentar las diferencias. Ese punto de referencia podría constituirlo el magisterio que la Iglesia había ido sembrando en América Latina, sobre todo a través de las conferencias del episcopado.

“Hipona” ha sido fruto de la voluntad de los superiores reunidos en Conocoto de iniciar un serio proceso de renovación de la Orden, desde planteamientos eclesiales y teológicos comunes, escuchando a la Iglesia.

Es cierto que la Orden había hecho un importante planteamiento de colaboración dentro del continente latinoamericano cuando en 1969 se fundó la OALA. Sin embargo pronto se dibujó un distanciamiento grande entre los directivos de la OALA y las bases de la Orden. Aunque meritoria, indudablemente, la labor realizada por la OALA para intentar coordinar iniciativas y promover actividades comunes para toda la Orden en América latina, sus directrices no eran compartidas universalmente y, por tanto, su eficacia se había visto muy restringida. Por eso he escuchado ayer con mucho agrado, en el análisis del P. General, que ha aumentado considerablemente en los últimos años el aprecio y acogida a la OALA.

En el encuentro de Conocoto los superiores mayores presentes en el mismo, junto con los representantes de las diversas circunscripciones, tuvieron muy claro que convenía iniciar un proceso de renovación que implicara a todos los religiosos y obras de la Orden en América Latina.

 

3.3. Conocoto: soplo del Espíritu. Inicio del proceso Hipona

Desde el consejo general pedimos orientación metodológica al movimiento del Mundo Mejor para la organización del encuentro de Conocoto. Al principio, acompañó algunas sesiones del consejo el P. Gino Moro, orionista. En reunión de 12 de diciembre del 92 se perfilaron algunas líneas de lo que podría ser un planteamiento que, si encontraba apoyo, podría convertirse en un proceso de renovación de la Orden. Para llegar a una concreción, parecían necesarios los siguientes pasos:

- consenso para hacer el proceso

- análisis común de la realidad histórica

- reentender la identidad en la realidad

- transmitir las instancias carismáticas en la actualidad

- criterios de acción

- modelos

Estos son los puntos fundamentales que han marcado las líneas del proceso Hipona, que fue fruto del consenso, de un análisis lúcido de la realidad de la Orden en América Latina, de una escucha de la palabra de la Iglesia, y que ha llevado a diseñar modelos de acción para los diversos apostolados y para la vida misma de la Orden, intentando plasmar en concreto la espiritualidad agustiniana en nuestra vida y ministerios.

El P. Gino Moro nos dirigió enseguida hacia el P. Arturo Purcaro, por su conocimiento de la metodología del Mundo Mejor, que tan excelentes resultados había dado en la organización del vicariato de Chulucanas, implicando a miles de personas en un ilusionante proyecto común, que condujo, además, a la creación en tiempo record de una diócesis. La experiencia de Arturo fue muy provechosa, diría que fundamental, en el encuentro de Conocoto y en todos los sucesivos. Me parece justo que se lo agradezcamos en este momento. Junto con él, ha sido esencial el trabajo del equipo de animación continental.

El encuentro de Conocoto fue sobre todo una experiencia de conciliación y de toma de conciencia de una misión compartida: un encuentro entre hermanos, que descubren lo que tienen en común. Puesto que se había optado por no perder el tiempo en recíprocos reproches, sino utilizarlo en mirar todos en la misma dirección, el resultado fue que la palabra de la Iglesia fue escuchada con respeto, mientras que el análisis de luces y sombras de la Orden, con un panorama iluminado por ponentes externos que actuaron con moderación y tacto, permitió que la unidad naciera en medio de los hermanos y que el encuentro de Conocoto se convirtiera en un auténtico referente.

Quienes participamos en Conocoto tuvimos la impresión de que el Espíritu había soplado con generosidad en medio de aquella reunión. Se habló de difundir ese espíritu, de “conocotizar” la Orden, como creo recordar que dijo Mons. Nicolás Castellanos. Se vieron nuevas perspectivas para el futuro y surgió en todos el deseo de iniciar un proceso de renovación de la Orden, que implicara a todas las comunidades de América Latina. El objetivo general de ese proceso nos ha acompañado durante todos estos años:

Promover en la Iglesia, inmersa en la sociedad, un dinamismo de conversión y renovación permanentes, por el testimonio de santidad comunitaria de la Orden en América Latina.

 

3.4.Frutos del proceso Hipona

Hoy, a distancia de casi quince años del encuentro de Conocoto podemos valorar los logros y obstáculos del camino emprendido, como se ha hecho ya en estos días, recogiendo y potenciando sus virtualidades.

El P. General y el P. Keller en sus exposiciones de ayer se refirieron a estos frutos y Vds. mismos han reflexionado y plasmado las consecuciones de este largo periodo de reflexión y participación.

Por mi parte, aún desde la distancia, si hubiera de subrayar alguno de los logros, enumeraría al menos los siguientes:

-          Toda la Orden en América Latina ha estado implicada en un proyecto comunitario: temario, ejercicios comunes, reuniones periódicas en cada circunscripción y encuentros de superiores mayores y otros delegados cada tres años. Metas, proyectos e ideales comunes: toda la Orden mirando en la misma dirección.

-          Apertura a las inquietudes y a la voz de la Iglesia en América Latina

-          Mayor sensibilidad eclesial, mayor presencia social.

-          Aumento del diálogo y colaboración entre las circunscripciones, con algunos proyectos comunes de gran importancia.

-          Incremento de la pastoral vocacional, que ha dado como fruto un considerable aumento de las vocaciones nativas.

-          Ejemplo para el resto de la Orden por la capacidad de apertura a otras circunscripciones.

 

4.- Líneas de futuro y metas para la Orden en América Latina

El proceso Hipona llega ahora al final del tiempo programado. Gran logro es que haya resistido todo este largo peregrinaje y que poco a poco haya calado en la conciencia de los hermanos.

Como toda renovación, estamos ante un proceso, no ante una meta evaluable y adquirida. Las opciones que se presentan son o bien declararlo concluido y despreocuparnos de sus contenidos, o bien valorar la importancia que ha supuesto este proceso para la Orden en América Latina y su repercusión en el resto de la Orden, y dar continuidad algún tipo de continuidad a este proceso, de forma que no se disipen sus frutos, sino que se consoliden y aumenten. Será lo que esta reunión decida y el Consejo General avale.

Cierta homogeneidad -lengua, situación social similar- ha permitido la realización de este proceso implicando a muchas circunscripciones. Otras áreas geográficas más heterogéneas han mirado a este proceso como un posible camino de renovación en sus propias regiones.

Señalo ahora algunas líneas que me parece pueden orientar la tarea que la Orden tiene ante si en América Latina:

 

4.1. Renovación espiritual: testigos de Jesucristo

Decía el P. Demetrio Jiménez esta mañana en su homilía: “Como Orden tenemos la responsabilidad de insertarnos en la dinámica del Espíritu”. La mejora espiritual es la primera e inevitable exigencia de un proceso de renovación. Si ésta no se produce se construye sobre arena. El seguimiento de Jesucristo es el único móvil auténticamente válido de nuestro estilo de vida y ha de comenzar en el diálogo con Él, es decir, en la oración y en el cultivo de una vida espiritual rica alimentada en la escucha de su Palabra. Sin la fuerza del encuentro personal con Cristo, en la intimidad de nuestro interior, no le encontraremos plenamente en el otro, ni en la lucha por la dignificación de las personas y por la justicia. Si nos reducimos a ser agentes sociales, arriesgamos acabar reducidos al estado laical. El seguimiento de Jesucristo, es la clave para la dinamización de cualquier proceso de transformación.

El Papa ha cuestionado en la apertura de la V Conferencia si la apelación al seguimiento de Jesucristo pudiera ser una “fuga hacia el intimismo, hacia el individualismo religioso”, en una sociedad marcada por tantos problemas sociales y en una Iglesia que ha hecho de la opción por los pobres y del compromiso social una prioridad evangelizadora.

La respuesta es decididamente negativa. La minusvaloración del seguimiento de Jesucristo, en su dimensión de relación personal con Él, ha sido probablemente uno de los errores de planteamiento de muchas opciones pastorales en América Latina. Quizás tenga que ver también con el crecimiento de las sectas, por ofrecer éstas una experiencia espiritual que no ha sido suficientemente valorada en algunas opciones pastorales de la Iglesia católica. Se ha dicho que los pobres vienen a nuestras iglesias a recibir pan y se van a las iglesias evangélicas a expresar su fe. La crítica a una religiosidad acaso más superficial y afectiva y la transformación de la religiosidad en lucha por la justicia, sin dar espacio a esta otra importante dimensión, ha podido producir ese efecto. También esos aspectos espirituales son parte de la realidad, como dice el Papa. “Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano”.

Debemos asumir sin rubor que somos “testigos de que hay una manera diferente de vivir con sentido”, como dijo el Papa en el discurso de apertura de la V Conferencia del Episcopado LA y recordaba ayer el P. General. Eso significa aceptar ser contraculturales, porque nuestra vida y nuestra palabra deben testimoniar proféticamente la primacía de Dios en un mundo que ha perdido el rostro de Dios.

 

4.2. Escucha de la voz de la Iglesia

Una de las consecuencias que plantea el desafío de los signos de los tiempos es dar respuesta a la situación latinoamericana. Nos interpela la Iglesia y la situación social del continente. Para ello es necesario conocer el análisis que la propia Iglesia hace de su realidad en este contexto. El estudio de las conclusiones de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano debería constituir una obligación moral para la Orden en América Latina. La Orden debe ser Iglesia en la circunstancia concreta de América Latina. No se puede olvidar la realidad en que se trabaja ni prestar oídos sordos al clamor de los pobres, donde el problema de la pobreza o la injusticia estructural, crea tan graves desigualdades. Se espera la publicación del documento conclusivo con gran expectación y alegría, pues parece que dará continuidad a las líneas marcadas por las conferencias precedentes, particularmente las más significativas de Medellín o Puebla. Con la conferencia se espera el inicio de una nueva etapa pastoral, con un mayor compromiso misionero. Los discípulos misioneros, alimentados por la vida que Cristo nos ha traído, han de caracterizarse por la alegría de ser llamados al anuncio del Evangelio, la vocación a la santidad, la comunión dentro del pueblo de Dios y un itinerario que tiene en cuenta la realidad concreta que se trata de evangelizar.

En su discurso de apertura de la V Conferencia del Episcopado latinoamericano, el Papa insistió mucho en la propuesta de medios espirituales como vehículo para la transmisión y mantenimiento de la fe. Pero su discurso no es exclusivamente “espiritualista”. Afrontó también los problemas sociales. Hay un afán de buscar el modo adecuado de reaccionar ante estos problemas como Iglesia. Y habló del problema de las estructuras que han de ser justas para que haya un orden justo en la sociedad. Hace una crítica tanto del capitalismo como del marxismo y su fracaso social. Recuerda el Papa que las estructuras justas “no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal.”· Y esos valores no se manifiestan con toda su fuerza si Dios está ausente. Como pensador hace notar que no son las ideologías ni sus promesas las que pueden establecer esos valores, sino la recta razón. Reconoce, por otra parte, que este asunto no es competencia directa de la Iglesia, que debe mantener su independencia política y su autoridad moral.

 

4.3. Recuperar lo mejor de nuestra historia

Debemos leer nuestra historia y extraer lecciones para el futuro de sus mejores realizaciones. Decía Juan Pablo II a los consagrados: “¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir!” (Vida consagrada, 110). De nuestra historia como Orden rescataría, particularmente, dos elementos que pueden ayudarnos hoy en nuestro deseo de renovación: la santidad de los  primeros protagonistas y su inquietud misionera, que les llevó a dejar su patria para entregar su vida por la causa del Evangelio.

Los primeros misioneros nos dan ejemplo y estimulan por su santidad y celo apostólico, por alguno de sus métodos pastorales (aprendizaje lenguas), por la aceptación de los indígenas y cierta valoración de lo autóctono, respetando sus culturas (que hoy debe ser, obviamente, mucho mayor), por su pobreza y abnegación, por la cercanía con el pueblo y su visión sobrenatural…

El empeño misionero enlazará con las mejores realizaciones de nuestra historia como Orden. La Orden ha sido grande cuando ha sentido y vivido el impulso misionero.

Ha llegado la hora de la misión para América. Lo ha subrayado Juan Pablo II en torno a la IV Conferencia del Episcopado de América Latina y ha vuelto a destacarlo, de modo muy central, la reciente conferencia de obispos en Aparecida refiriéndose en todo momento a los discípulos como misioneros y estableciendo la dimensión misionera como una gran opción de la conferencia: “convertir a la Iglesia en una comunidad más misionera”. La misión es una exigencia del dinamismo interno de la vida cristiana y religiosa. La experiencia de Dios debe llevar a la predicación y la catequesis.

 

4.4. Protagonismo de la Orden en América en el futuro

El futuro de la Orden pasa por América Latina -como intuyó Sto. Tomás de Villanueva - y eso implica una fuerte responsabilidad para quienes habéis nacido en este continente y, subsidiariamente también, para quienes habéis hecho la opción, por vosotros mismos o por obediencia, de venir a América para predicar a Cristo y contribuir a la evangelización del continente. Poner “ganas” e ilusión en los proyectos que tiene entre manos la Orden, u otros que pueda iniciar será un modo de hacer efectiva la voluntad de renovación.

 

4.5. Aplicación del discernimiento del proceso Hipona.

El proyecto ha tenido como finalidades la renovación espiritual, fomentando la santidad comunitaria, y la adecuación a las exigencias de la espiritualidad agustiniana del modo de vida y de los ministerios en que está empeñada la Orden. Se trata de vivir agustinianamente, como miembros de la Iglesia, en este continente.

A lo largo del proceso Hipona se han definido las condiciones fundamentales del modo de vivir y actuar agustinianos. Procede ahora traducir sus consecuencias en la práctica y en los proyectos de cada circunscripción. En ese sentido, la dimensión comunitaria ha sido resaltada como característica fundamental para los agustinos, mientras que se han reflexionado y aceptado modelos concretos para cada actividad pastoral.

Nuestras comunidades deben ser lugares de acogida en la que los fieles puedan experimentar la necesidad de pertenencia que les ofrecen las sectas. El cultivo de este aspecto de apertura podrá conducir quizás a nuevos modos de presencia y de comunidad.

 

4.6. Promoción vocacional

Empeño prioritario ha de ser la promoción vocacional. Hay que seguir avanzando en la recuperación del rostro latinoamericano para la Orden. Y esto no por afán exclusivo de crecimiento numérico y de compensación por la disminución que experimentamos en otras latitudes, sino sobre todo por no privar a esta importante sección de la Iglesia de la presencia del carisma agustiniano, que es un don del Espíritu otorgado para todos. Aunque la dimensión vocacional es irrenunciable para toda circunscripción, no es igualmente posible para todas. Las condiciones sociales pueden poner obstáculos casi insalvables, como está sucediendo en nuestros días en Europa y Estados Unidos. Una orden internacional como la nuestra debe poder compensar los altibajos debidos a las situaciones sociales, de modo que nunca falte la presencia del carisma agustiniano, tal como ha sido encarnado en la Orden, en las diversas culturas. Ha llegado la hora de asumir el protagonismo de América Latina en el futuro de la Orden y de la Iglesia. Es la hora de América Latina. Numéricamente debe tomar el relevo del protagonismo europeo o nord-occidental, aunque sin viciosos exclusivismos o revanchismos poco testimoniales.

 

4.7. Colaboración intercircunscripcional

Una asignatura pendiente de la Orden es la colaboración entre las circunscripciones. Se han dado importantes pasos en esta dirección, incrementando la comunicación, pero es deseable que aumente para constituir realidades más acordes con las exigencias constitucionales, con la calidad de la vida comunitaria y con la eficacia apostólica. El mapa de circunscripciones merece ser revisado y retocado, estrechando la colaboración. En siglos pasados la Orden tuvo mayor flexibilidad al organizarse en provincias y reorganizarse cuando era conveniente. Hoy otras órdenes de larga tradición en la Iglesia nos dan ejemplo por su capacidad para acomodar los confines circunscripcionales a las exigencias numéricas y apostólicas. Para nosotros se ha convertido en un drama cualquier transformación (¿o es que nos pueden los intereses creados?). Las fronteras de las provincias parecen más sagradas que las de las naciones. Sin embargo, se impone superar los provincialismos, que son paralizantes y estériles. Todos somos Iglesia y Orden y, por una parte, hemos de valorar y aplaudir lo que vemos de bueno en la Iglesia y en la Orden, aunque no pertenezca exactamente a nuestra jurisdicción y, por otra, debemos abrirnos a una colaboración e integración sin pensar que perdemos con ello nuestra identidad o nuestro patrimonio espiritual. No nos pase que “habiéndolo dejado todo” vengamos a aferrarnos a las piedras de nuestra casa o provincia.

 

4.8. El cáncer de la mediocridad.

Oí al actual arzobispo de Santiago, Mons. Francisco Javier Errázuriz, decir que las órdenes mendicantes no habían logrado una buena relanzamiento tras las supresiones porque se habían dejado llevar por la mediocridad: en la selección de candidatos, en el régimen de vida, en el estudio, en el impulso apostólico, en la acomodación al mundo. Me parece que es un buen “aviso para navegantes” si queremos de verdad revitalizar la Orden.

Superar la mediocridad significa hacer una oportuna selección de candidatos y buscar el modo de acoger a los jóvenes religiosos que concluyen su formación en ambientes religiosamente exigentes y satisfactorios, donde puedan sentir la alegría de su consagración y de su servicio a los hombres y mujeres por los que han entregado su vida a Cristo.

Pero significa también, y principalmente, que los miembros ya adultos de la Orden manifiesten con su vida y con su ministerio que viven urgidos por el ideal de seguimiento de Jesucristo y el celo por las almas. No debería haber entre nosotros lugar para el aburguesamiento, para la acomodación a los estilos de la sociedad secular en que vivimos, para la pérdida del vigor espiritual que debe caracterizar nuestra vida.

No caer en la mediocridad significa también mantener el interés por el estudio, que ha caracterizado a nuestra Orden durante siglos. La Iglesia espera encontrar en los agustinos personas expertas en San Agustín, capaces de transmitir el pensamiento y amor de nuestro padre por la Iglesia y la sociedad. Es importante que los agustinos promovamos el estudio como actitud y como hábito y que no nos conformemos con matar el tiempo ante la televisión o internet.

 

4.9. ¡Quédate con nosotros!

El mensaje de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano a los pueblos de America Latina y el Caribe estaba construido sobre la pauta del diálogo de Jesús con los discípulos de Emaús. La V Conferencia del Episcopado evoca en sus inicios también este hermoso pasaje. Como colofón de nuestro proceso de renovación también nosotros podemos exclamar, con los discípulos de Emaús, “quédate con nosotros, porque anochece”. La cercanía de Cristo nos permitirá leer los signos de los tiempos, como hicieron los discípulos escuchando la palabra del maestro y acogiendo su gesto de partir el pan.

Del encuentro con Cristo surgirá la fuerza que hará posible la misión. Con Cristo a nuestro lado será posible descifrar las claves de la sociedad a la que servimos y de la Iglesia a la que pertenecemos. Descubrir a Cristo, escuchar su Palabra y partir el pan nos dará la fuerza para reemprender el camino hacia Jerusalén.

Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

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ORACIÓN DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
PARA LA V CONFERENCIA GENERAL
DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO

 

Señor Jesucristo,
camino, verdad y vida,
rostro humano de Dios
y rostro divino del hombre,
enciende en nuestros corazones
el amor al Padre
que está en el cielo
y la alegría de ser cristianos.

Ven a nuestro encuentro
y guía nuestros pasos
para seguirte y amarte
en la comunión de tu Iglesia,
celebrando y viviendo
el don de la Eucaristía,
cargando con nuestra cruz,
y urgidos por tu envío.

Danos siempre el fuego
de tu Santo Espíritu,
que ilumine nuestras mentes
y despierte entre nosotros
el deseo de contemplarte,
el amor a los hermanos,
sobre todo a los afligidos,
y el ardor por anunciarte
al inicio de este siglo.

Discípulos y misioneros tuyos,
queremos remar mar adentro,
para que nuestros pueblos
tengan en ti vida abundante,
y con solidaridad construyan
la fraternidad y la paz.

Señor Jesús, ¡Ven y envíanos!

María, Madre de la Iglesia,
ruega por nosotros. Amén.

Benedicto XVI


 

 


 


[1] Luis COSCIA, Nuevos acentos de la Vida Religiosa en América Latina y el Caribe.

[2]Entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir y de justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? Nos mismos lo indicamos, al recordar que no es posible aceptar "que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad" Evangelii nuntiandi, 31.