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Comentarios o Preguntas

"El secreto de la paz verdadera reside en el respeto de los derechos humanos"

Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1999

Ciudad del Vaticano (Fides) – El Santo Padre Juan Pablo II pide a los cristianos, a los responsables políticos y religiosos, a todos los hombres de buena voluntad, que reconozcan, afirmen y defiendan todos los derechos humanos indivisible y universalmente, como único camino para salvaguardar la paz en el planeta en los umbrales del tercer milenio. El Mensaje de este año parte del 50º aniversario de la Declaración de la ONU sobre los Derechos Humanos y de lo afirmado ya por el Papa en su primera encíclica, Redemptor Hominis: "La paz florece cuando se observan íntegramente estos derechos (humanos), mientras que la guerra nace de su transgresión" (n. 1). El Papa trata apasionadamente de convencer al mundo de que, "cuando… se ignoran o desprecian los valores humanos, o la búsqueda de intereses particulares prevalece injustamente sobre el bien común,se siembran inevitablemente los gérmenes de la inestabilidad,la rebelión y la violencia"(n.1). Esta afirmación representa la síntesis de la enseñanza del Papa Juan Pablo II, quien, durante 20 años, ha gritado en todas las latitudes la dignidad inviolable de la persona humana. Y ésta es también la síntesis de una enseñanza aprendida en este siglo, que ha visto los sufrimientos infligidos al hombre a causa de ideologías totalitarias y de la incuria burguesa: "Están a la vista los frutos de ideologías como el marxismo, el nazismo y el fascismo, así como también los mitos de la superioridad racial, del nacionalismo y del particularismo étnico. No menos perniciosos… son los efectos del consumismo materialista… cuyas repercusiones negativas sobre los demás son consideradas del todo irrelevantes" (n. 2).

Por eso, el Papa Juan Pablo II sale una vez más al descubierto gritando con todas sus fuerzas la universalidad y la indivisibilidad de los derechos humanos. A propósito de la universalidad, en los años pasados diversos países asiáticos (China, Malesia, Myanmar…) y africanos habían afirmado que los derechos están sometidos a las culturas locales y que los gobiernos los aplican según criterios propios. El Mensaje reafirma, al contrario, que, aún existiendo "diferencias legítimas de índole cultural y política, hay que respetar los derechos según "los términos fijados por la Declaración Universal para toda la humanidad" (n. 3).

La indivisibilidad implica que no se puede defender un derecho separándolo de los otros: "Ninguna ofensa a la dignidad humana puede ser ignorada, cualquiera que sea su origen, su modalidad o el lugar en que sucede" (n. 2). Casi precisando estas afirmaciones, el Papa presenta una lista de derechos particularmente expuestos hoy a violaciones más o menos abiertas (n. 3).

El primero es el "fundamental derecho a la vida": "La vida humana es sagrada e inviolable desde su concepción hasta su término natural" (n. 4). El Papa muestra la indivisibilidad de este derecho que garantiza "el derecho a venir al mundo a quien aún no ha nacido…, protege también a los recién nacidos, particularmente a las niñas, del crimen del infanticidio", asegura el desarrollo de sus potencialidades a los minusválidos; debida atención a los "enfermos y ancianos" (n. 4). En estos últimos años se ha asistido a una "especialización" en la defensa de los derechos. La Organización Mundial de Sanidad, por ejemplo, el año pasado denunció el infanticidio de niñas en China y en la India (calculando que sólo en China faltaron a la llamada de la población 50 millones de niñas). La misma OMS, junto con otras agencias de la ONU, es en todo caso responsable de duras campañas anti-natalidad (incluso mediante el aborto quirúrgico) en la India, Paquistán, Bangladesh, Ruanda y en todos los campos de prófugos del mundo.

El derecho a la vida implica también la necesidad de criterios éticos en la ingeniería genética, la urgencia de rechazar "toda forma de violencia,… pobreza,…hambre,… conflictos armados,… difusión criminal de las drogas y el tráfico de armas,… daños insensatos al ambiente natural" (n. 4). El Papa invita a todo movimiento pacifista, anti-armamento, anti-droga, ecologista, a no darse por satisfechos con su propia "especialización", sino a promover y tutelar el derecho a la vida de modo total: "ninguna ofensa contra el derecho a la vida… es irrelevante" (n. 4). Es curioso, en efecto, encontrar personas que dedican tiempo y energías para salvar pájaros, animales , pieles, y pasan bajo silencio las violencias infligidas a los seres humanos con el aborto, la eutanasia, la manipulación genética…

Otro derecho fundamental es la libertad religiosa, "corazón mismo de los derechos humanos", dado que la religión determina "su visión del mundo" y orienta "su relación con los demás". Además de pedir que todo creyente pueda manifestar su fe, tanto en público como en privado, el Papa subraya el derecho del hombre a cambiar de religión. Condena tanto a los Estados que no reconocen "el derecho a reunirse por motivo de culto" (n. 5), como a los Estados que limitan este derecho "a los miembros de una sola religión". De este modo, países ateos como China o Vietnam son colocados junto a diversos países medio-orientales islámicos en el "estilo de la violación". El Papa recuerda la presencia en el mundo de tensiones entre "pueblos de convicciones y culturas religiosas diversas" y reitera –como han hecho también muchos exponentes religiosos, entre ellos el Dalai Lama- que "el uso de la violencia no puede tener nunca una fundada justificación religiosa, y tampoco promueve el auge del auténtico sentimiento religioso" (n. 5).

Otro derecho citado por el Papa es la participación del hombre al proceso democrático de su propia comunidad, con frecuencia desvanecido de su eficacia "a causa del favoritismo y de corrupción"; en el ámbito internacional, subraya el derecho de las naciones a participar a decisiones importantes para el futuro del mundo. El Papa alude al hecho de que "ciertos problemas económicos" son tratados sólo por "círculos restringidos", con el "consiguiente peligro de concentración del poder político y financiero en un número limitado de gobiernos o grupos de interés" (n. 6). Aquí se llaman en causa al G8, las políticas de desarrollo del Banco Mundial, los errores del Fondo Monetario Internacional respecto a la crisis asiática, etc.

"Una de las formas más dramáticas de discriminación consiste en negar a grupos étnicos y minorías nacionales el derecho fundamental a existir como tales". Estas "limpiezas étnicas" son definidas por el Pontífice "graves crímenes contra la humanidad…, aberraciones indignas de la persona humana" (n. 7). La Corte Penal Internacional, apenas aprobada, "podría contribuir progresivamente a asegurar a escala mundial una tutela eficaz de los derechos humanos" (cf. n. 7).

En la lista encuentra puesto también el derecho a la propia realización. Se menciona el derecho a la instrucción, a la igualdad de oportunidades de hombres y mujeres, a la falta de intercambio de conocimientos y tecnologías entre países ricos y pobres, el derecho al trabajo. Dirigiéndose a quienes tienen en su manos las riendas de la política y la economía, el Papa les pide que no se limiten a intervenciones de emergencia, sino a trabajar para que los "desempleados" puedan emanciparse de un régimen de asistencialismo humillante" (n. 8).

Sigue luego el derecho a la solidaridad en la globalización, para lo que el Papa pide una corrección del criterio absoluto del mercado libre y repite su deseo de que, para el 2000, se elimine o reduzca la deuda externa de los países pobres; la responsabilidad hacia el medio ambiente, por lo que recuerda que "el poner el bien del ser humano en el centro de la atención por el medio ambiente es… el modo más seguro para salvaguardar la creación" (n. 10); el derecho a la paz, sobre todo para las poblaciones de África, implicada "en atroces conflictos… tal vez inspirados por conflictos económicos externos" (n. 11). El Papa sugiere dos pasos concretos para obtener la paz: "la abolición del tráfico de armas hacia los países en guerra" y "apoyar a los responsables de esos pueblos en la búsqueda de la vía del diálogo". Recordando los miles de niños-soldado en el mundo y los desfigurados por las bombas anti-hombre, el Papa afirma que son especialmente los niños quienes "tienen necesidad de paz; tienen derecho a ella" (n. 11).

Los últimos párrafos delinean algunas pistas para conseguir una "cultura de los derechos humanos". El Papa reafirma su indivisibilidad y universalidad, pidiendo que cada persona y cada Estado se preocupe de la situación global. Quizá el Papa Juan Pablo II se percata de cuánto los intereses económicos y estratégicos han retrasado el diálogo sobre los derechos humanos en las relaciones entre los Estados; sabe cuánto desinterés existe en el mundo por el bienestar de los perseguidos y hambrientos. La advertencia del Papa es clara: "ningún derecho humano está seguro si no nos comprometemos a tutelarlos todos. Cuando se acepta sin reaccionar la violación de uno cualquiera de los derechos humanos fundamentales, todos los demás están en peligro" (n. 12). Incumbe en particular a los cristianos el cometido de "tutelar…la dignidad de los pobres y de los marginados y reconocer concretamente los derechos de los que no tienen derechos" (n. 13). Se nos pide que recordemos a los que sufren hambre y persecución y a "elevar juntos la voz por ellos". En el año precedente al Gran Jubileo, según el Papa, este es el camino para ser imitadores del Padre: "Aunque hubiese una mujer que llegase a olvidarse del hijo de sus entrañas, yo no te olvidaré jamás" (Is 49,15-16). (Fides, 18.XII.1998)